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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 456<br />

Mary Shelley<br />

bedores de los arcanos de su maldad, podían ayudarle a ejecutar<br />

sus planes malévolos. Los que enfermaban eran retirados de inmediato,<br />

subrepticiamente, y depositados para siempre en tumbas cavadas<br />

a medianoche, mientras se inventaba alguna excusa plausible<br />

para justificar su ausencia. Al fin una mujer, cuya vigilancia<br />

maternal resistió incluso los efectos de los narcóticos que le administraban,<br />

fue testigo de aquellos planes asesinos perpetrados en la<br />

carne de su única hija. Loca de horror, habría irrumpido entre sus<br />

engañados compañeros y entre alaridos de dolor habría despertado<br />

sus oídos entumecidos con la historia de aquel crimen demoníaco.<br />

Pero entonces el Impostor, en su <strong>último</strong> acto de ira y desesperación,<br />

le clavó una daga en el pecho. Herida de muerte, el vestido<br />

chorreando de sangre, con su hijita estrangulada en brazos, hermosa<br />

y joven como era, Juliet (pues, en efecto, se trataba de ella)<br />

denunció al grupo de adeptos engañados la maldad de su guía. <strong>El</strong><br />

falso profeta contempló los rostros asombrados de aquellos <strong>hombre</strong>s<br />

y mujeres, que pasaban del horror a la furia, mientras los parientes<br />

de los ya sacrificados repetían sus nombres, seguros ya de la<br />

suerte que habían corrido. Con la perspicacia que lo había llevado<br />

tan lejos en su carrera hacia el mal, el canalla vio el peligro que se<br />

avecinaba y decidió evadirse de sus formas más dañinas: se acercó<br />

a toda prisa a uno de los más adelantados, le arrebató la pistola<br />

que llevaba al cinto, y sus risotadas burlonas se mezclaron con el<br />

estruendo del disparo con el que acabó con su vida.<br />

Nadie movió los restos de aquel miserable. Depositaron el cadáver<br />

de la pobre Juliet sobre un catafalco, junto al de su hijita, y<br />

todos, con los corazones invadidos por el más triste de los pesares,<br />

en larga procesión se dirigieron hacia Versalles. En el camino<br />

se encontraron con los que habían abandonado la benigna protección<br />

de Adrian y se disponían a unirse a los fanáticos. Éstos les<br />

contaron su relato de terror y todos regresaron. Así, finalmente,<br />

acompañados por toda la humanidad superviviente y precedidos<br />

por la enseña lóbrega de su razón recobrada, se presentaron ante<br />

Adrian y volvieron a jurar obediencia eterna a sus órdenes y fidelidad<br />

a su causa.<br />

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