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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 5<strong>11</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

¡Ni siquiera era un mes! ¿Por qué hablar de días, o de semanas,<br />

o de meses? Si quería representarme cabalmente el futuro,<br />

debía empezar a contar en años. Tres, cinco, diez, veinte, cincuenta<br />

aniversarios de esa época real podían transcurrir; cada uno de<br />

ellos formado por doce meses, todos ellos con más días en su<br />

cómputo que los veinticinco que habían pasado. ¿Podrá ser?<br />

¿Será? Antes veíamos la muerte con temor. ¿Por qué? ¿Porque su<br />

lugar era oscuro? Más terrible, y mucho más oscuro, era el curso<br />

revelado de mi solitario futuro. Partí en dos el bastón y lo eché lejos<br />

de mí. No me hacía falta ningún recordatorio del lento transcurrir<br />

de mi vida yerma, cuando mis pensamientos intranquilos se<br />

entregaban a otras divisiones, distintas a las que regían los planetas.<br />

Y al volver la vista atrás y ver los siglos que habían transcurrido<br />

desde que estaba solo, no quise dar el nombre de días y horas<br />

a los estertores de agonía que en realidad los habían conformado.<br />

Oculté el rostro entre las manos. <strong>El</strong> trino de los pájaros que se<br />

iban a dormir, los crujidos que trasmitían a los árboles, alteraban<br />

el silencio del aire vespertino. Cantaban los grillos, el aziolo ululaba<br />

a intervalos. Había estado pensando en la muerte, pero esos<br />

sonidos me hablaban de la vida. Alcé los ojos. Pasó un murciélago.<br />

<strong>El</strong> sol se había puesto tras la línea desnuda de montes y la<br />

luna pálida, creciente, surgía blanca, plateada, entre el ocaso anaranjado,<br />

en compañía de una estrella brillante, prolongando así<br />

el anochecer. Un rebaño de vacas pasó por el prado, más abajo,<br />

sin pastor, hacia su abrevadero. La brisa amable mecía la hierba<br />

y el verde marino de los olivares, bañados por la luz de la luna,<br />

contrastaba con la oscuridad de los castaños. Sí, ésta es la tierra.<br />

No hay cambios en ella, no hay ruina ni herida infligida en su extensión<br />

verde. Sigue girando una y otra vez, alternando día y noche,<br />

a través del cielo, aunque el <strong>hombre</strong> ya no la adorne ni la habite.<br />

¿Por qué no podré olvidar yo, como uno de esos animales, y<br />

dejar de sufrir las desgracias que soporto? Y sin embargo, qué<br />

mortífera brecha se abre entre su estado y el mío. ¿Acaso no tienen<br />

ellos compañeros? ¿Acaso no se emparejan ellos, y engendran<br />

crías, y habitan en un hogar que, aunque no nos lo expresen<br />

con palabras, no lo dudo, les resulta querido, y se enriquece con<br />

la compañía de los congéneres que la naturaleza les ha dado? So-<br />

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