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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 370<br />

Mary Shelley<br />

–Eres muy amable por no hacerme reproches –me dijo–. Lloro,<br />

y un dolor insoportable rasga mi alma. Y sin embargo soy feliz.<br />

Hay madres que se lamentan por la pérdida de sus hijos, esposas<br />

que han perdido a sus maridos, mientras que yo os<br />

conservo a todos. Sí, soy feliz, soy la persona más feliz del mundo<br />

por poder llorar por penas imaginarias y porque la pequeña<br />

pérdida de mi adorado país no se vea menguada ni aniquilada<br />

por mayores desgracias. Llévame adonde quieras, adonde estéis<br />

tú y mis hijos, pues para mí allí estará Windsor, y cualquier país<br />

será Inglaterra. Que estas lágrimas que derramo no sean por mí,<br />

feliz e ingrata como soy, sino por el mundo muerto, por nuestro<br />

país perdido, por todo el amor, la vida y la dicha que ahora se<br />

ahogan en las polvorientas cámaras de los difuntos.<br />

Hablaba deprisa, como si quisiera convencerse a sí misma.<br />

Apartó la vista de los árboles y los senderos que tanto amaba.<br />

Ocultó el rostro en mi pecho y los dos –ausente mi firmeza masculina–<br />

derramamos juntos lágrimas de consuelo, y después, ya<br />

más calmados, casi alegres, regresamos al castillo.<br />

Los primeros fríos del octubre inglés nos llevaron a acelerar<br />

los preparativos. Persuadí a Idris para que nos trasladáramos a<br />

Londres, donde podría ocuparse mejor de las gestiones necesarias.<br />

No le revelé que, para ahorrarle el dolor de separarse de los<br />

objetos inanimados –que eran los únicos que quedaban ya–, había<br />

decidido que ninguno de nosotros regresaríamos a Windsor.<br />

Por última vez contemplábamos la vasta extensión de los campos<br />

desde la terraza y veíamos los <strong>último</strong>s rayos de sol teñir los bosques<br />

coloreados por todos los tonos del otoño. Las tierras de labranza<br />

abandonadas y las casas sin fuego en el hogar se extendían<br />

más abajo; el Támesis surcaba la extensa llanura y la venerable<br />

mole del colegio de Eton se alzaba, prominente, recortándose<br />

en la oscuridad. Los graznidos de los miles de grajos que poblaban<br />

los árboles del jardín, cuando en columna o en apretada formación<br />

se abalanzaban sobre sus nidos, rasgaban el silencio del<br />

anochecer. La naturaleza era la misma, la misma que cuando se<br />

mostraba como una madre amable de la raza humana. Ahora, sin<br />

hijos, desolada, su fertilidad parecía una burla; su amor, una<br />

máscara que ocultara su deformidad. ¿Por qué la brisa seguía me-<br />

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