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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 400<br />

Mary Shelley<br />

<strong>El</strong> camino que transcurría a través de Egham me era familiar,<br />

pero el viento y la nieve obligaban a los caballos a arrastrar su<br />

carga lenta y torpemente. Súbitamente el viento giró de suroeste<br />

a oeste y acto seguido a noroeste. Y lo mismo que Sansón, haciendo<br />

acopio de todas sus fuerzas, derribó las columnas que soportaban<br />

el templo de los filisteos, así la galerna se sacudió los<br />

densos vapores acumulados en el horizonte y me mostró, entre la<br />

telaraña rasgada, el claro empíreo y las estrellas que titilaban a<br />

una distancia inconmensurable de los campos cristalinos y vertían<br />

sus finísimos rayos sobre la nieve. Incluso los caballos se sintieron<br />

revivir y tiraron con más fuerza del coche. Entramos en el<br />

bosque de Bishopgate, y al final del Gran Paseo divisé el castillo,<br />

el «orgulloso Torreón de Windsor, alzándose en la majestad de<br />

sus proporciones, rodeado por el doble cinto de sus torres semejantes<br />

y coetáneas.»* Contemplaba con reverencia la estructura,<br />

casi tan antigua como la roca sobre la que se alzaba, morada de<br />

reyes, motivo de admiración de los sabios. Con gran respeto y<br />

doloroso afecto lo veía como el refugio del gran préstamo de<br />

amor que había disfrutado en él junto al tesoro de polvo perecedero<br />

e incomparable que ahora yacía frío a mi lado. Y en ese instante<br />

podría haber cedido a mi naturaleza frágil y haber llorado.<br />

Y, como una mujer, haber emitido amargos lamentos, mientras<br />

ante mí aparecían, uno por uno, los árboles tan conocidos, los<br />

ciervos, la hierba tantas veces hollada por sus pies etéreos. La<br />

verja blanca que se erguía al final del camino estaba abierta de<br />

par en par y, tras franquear la primera puerta de la torre feudal,<br />

accedí a la ciudad desierta. Ante mí se alzaba la capilla de Saint<br />

George, con sus laterales ennegrecidos y calados. Me detuve al<br />

llegar frente a la puerta, que estaba abierta. Entré y deposité sobre<br />

el altar mi lámpara encendida. Retrocedí y, con gran delicadeza,<br />

llevé a Idris hasta el presbiterio y la tendí sobre la alfombra<br />

que cubría los peldaños que llevaban a la mesa de la comunión.<br />

Los estandartes de los caballeros de la orden de la Jarretera y sus<br />

espadas a medio desenvainar pendían en inútiles blasones sobre<br />

los asientos del coro. La enseña de la familia también colgaba<br />

* Letter to a Noble Lord («Carta a un noble lord»), de Edmund Burke. (N. del T.)<br />

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