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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 37<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

exclusivamente a la fuerza del amor y la sabiduría. La sala estaba<br />

decorada con los bustos de muchos de ellos, y fue describiéndome<br />

sus características. A medida que hablaba yo iba sometiéndome<br />

a él, y todo mi orgullo y mi fuerza quedaban subyugados<br />

por los dulces acentos de aquel muchacho de ojos azules. <strong>El</strong> ordenado<br />

y vallado coto de la civilización, que hasta entonces yo,<br />

desde mi densa jungla, había considerado inaccesible, me abría<br />

sus puertas por intercesión suya, y yo me adentré en él y sentí, al<br />

hacerlo, que hollaba mi suelo natal.<br />

Avanzada la tarde se refirió al pasado.<br />

–He de relatarte algo –me dijo–, y debo darte muchas explicaciones<br />

sobre el pasado. Tal vez tú puedas ayudarme a acotarlo.<br />

¿Te acuerdas de tu padre? Yo no gocé nunca de la dicha de verlo,<br />

pero su nombre es uno de mis primeros recuerdos; y permanece<br />

escrito en las tablillas de mi mente como representación de todo<br />

lo que, en un <strong>hombre</strong>, resulta galante, cordial y fascinador. Su ingenio<br />

no se hacía notar menos que la desbordante bondad de su<br />

corazón, y con tal prodigalidad la esparcía sobre sus amigos que,<br />

¡ah!, bien poca le quedaba para sí mismo.<br />

Alentado por su panegírico, procedí, en respuesta a su pregunta,<br />

a relatarle lo que recordaba de mi progenitor, y él me refirió<br />

el relato de las circunstancias que habían llevado al extravío<br />

de la misiva testamentaria de mi padre. Cuando, en momentos<br />

posteriores, el padre de Adrian, a la sazón rey de Inglaterra, sentía<br />

que su situación se tornaba más peligrosa y su línea de acción<br />

más comprometida, una y otra vez deseaba contar con la presencia<br />

de su amigo, que hubiera supuesto un parapeto contra las iras<br />

de su impetuosa reina y habría mediado entre él y el Parlamento.<br />

Desde el momento en que había abandonado Londres, en la noche<br />

fatal de su derrota en la mesa de juego, el rey no había recibido<br />

noticias de él. Y cuando, transcurridos los años, se empeñó<br />

en saber de su paradero, todo rastro se había borrado ya. Lamentándolo<br />

más que nunca, se aferró a su recuerdo y encomendó<br />

a su hijo que, si jamás daba con su apreciado amigo, le brindara<br />

en nombre suyo todo el auxilio que pudiera precisar y le<br />

asegurara que, hasta el <strong>último</strong> momento, su vínculo había sobrevivido<br />

a la separación y el silencio.<br />

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