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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 220<br />

Mary Shelley<br />

juventud queda desatendida, y las esperanzas de su edad adulta<br />

anuladas.<br />

»Desde mis mazmorras, en esta misma ciudad, exclamaba:<br />

«¡Pronto seré tu señor!» Cuando Evadne pronunció mi muerte,<br />

pensé que el título de Conquistador de Constantinopla se escribiría<br />

sobre mi tumba. ¡Y no ha de ser así! ¿No saltó Alejandro las<br />

murallas de la ciudad de los oxidracae* para indicar a sus cobardes<br />

tropas el camino a la victoria, encontrándose solo con las espadas<br />

de sus defensores? También yo desafiaré a la peste, y aunque<br />

nadie me siga, plantaré la bandera griega en lo alto de Santa<br />

Sofía.<br />

Nada podía la razón contra sentimientos tan elevados. En<br />

vano traté de convencerle de que, cuando llegara el invierno, el<br />

frío disiparía el aire pestilente y devolvería el coraje a los griegos.<br />

–¡No hables de otra estación que de ésta! –exclamó–. Yo ya he<br />

vivido mi <strong>último</strong> invierno, y la fecha de este año, 2092, quedará<br />

grabada sobre mi sepulcro. Ya veo –prosiguió, alzando la vista,<br />

lúgubre– la meta y el precipicio de mi existencia desde donde me<br />

arrojaré al tenebroso misterio de la vida futura. Estoy preparado,<br />

y dejaré tras de mí una estela de luz tan radiante que ni mis peores<br />

enemigos podrán ensombrecerla. Se lo debo a Grecia, a ti, a<br />

Perdita, que ha de sobrevivirme, y a mí mismo, víctima de la ambición.<br />

Nos interrumpió un criado, que anunció que el estado mayor<br />

de Raymond se hallaba reunido en la cámara del consejo. Mi<br />

amigo me pidió que saliera a cabalgar por el campamento, que<br />

observara cuál era el ánimo de los soldados y le informara de él a<br />

mi regreso. Acto seguido se ausentó. Los acontecimientos del día<br />

me habían causado gran excitación, incrementada ahora por el<br />

discurso apasionado de Raymond. ¡Ah! ¡Razón Humana! Acusaba<br />

a los griegos de superstición. ¿Qué nombre daba entonces a la<br />

fe que depositaba en las profecías de Evadne? Abandoné el palacio<br />

de las Dulces Aguas y, tras dirigirme a la llanura en que se había<br />

levantado el campamento, hallé a sus ocupantes en estado de<br />

* <strong>El</strong> salto fatal de Alejandro está registrado en el libro sexto de Las campañas<br />

de Alejandro, de Arriano. (N. del T.)<br />

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