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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 474<br />

Mary Shelley<br />

el viento del norte, que conduce a sus compañeras «a beber del<br />

mediodía de los antípodas»,* y ella se difumina y se disuelve en<br />

el claro éter, ¡así éramos nosotros!<br />

Dejamos atrás la orilla izquierda del hermoso lago de Ginebra<br />

y nos adentramos en las quebradas alpinas. Viajábamos siguiendo<br />

el bravo Arve hasta su nacimiento, a través del valle rocoso de<br />

Servox, pasando junto a cascadas y a la sombra de picos inaccesibles.<br />

Mientras, el exuberante castaño cedía el paso al abeto oscuro,<br />

cuyas ramas musicales se mecían al viento y cuyas formas<br />

recias habían resistido mil tormentas, y la tierra reverdecida, el<br />

prado cubierto de flores, la colina ataviada de arbustos, se convertían<br />

gradualmente en rocas sin semillas y sin huellas que rasgaban<br />

el cielo, en «huesos del mundo, aguardando verse revestidos<br />

de todo lo necesario para albergar vida y belleza».**<br />

Resultaba extraño que buscáramos refugio allí. Parecía claro<br />

que, si en países en los que la tierra, madre amorosa, acostumbraba<br />

a alimentar a sus hijos, la habíamos visto convertida en destructora,<br />

no hacía falta que buscáramos nada allí donde, azotada<br />

por la penuria, parece temblar en sus venas pétreas. Y, en efecto, no<br />

nos equivocábamos en nuestras conjeturas. Buscábamos en vano<br />

los glaciares inmensos y siempre móviles de Chamonix, grietas de<br />

hielo colgante, mares de aguas congeladas, los campos de abetos<br />

retorcidos por las ventiscas, los prados, meros caminos para la avalancha<br />

estrepitosa, y las cimas de los montes, frecuentadas por tormentas<br />

eléctricas. La peste se enseñoreaba incluso de aquellos lugares.<br />

Cuando el día y la noche, como hermanos gemelos de<br />

idéntico crecimiento, compartían su dominio sobre las horas, una<br />

a una, bajo las grutas heladas, junto a las aguas procedentes del<br />

deshielo de nieves de mil inviernos, los escasos supervivientes de la<br />

raza del <strong>hombre</strong> cerraban los ojos a la luz para siempre.<br />

Y a pesar de ello no errábamos del todo al buscar un paisaje<br />

como éste en que poner fin a nuestro drama. La naturaleza, siem-<br />

* The Bride’s Tragedy (La tragedia de la novia), acto I, escena I, de Thomas<br />

Beddoes. (N. del T.)<br />

** Carta 5, Letters from Norway (Cartas desde Noruega), de Mary Wollstonecraft.<br />

(N. del T.)<br />

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