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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 388<br />

Mary Shelley<br />

punto se habían aguzado mis sentidos tras recuperarme de mi enfermedad<br />

mortal.<br />

La esperanza, entre otras bendiciones, tampoco me era ajena,<br />

y confiaba sinceramente en que mis infatigables atenciones me<br />

devolverían a mi adorada niña, por lo que aguardaba impaciente<br />

a que culminaran los preparativos. Según nuestro primer plan,<br />

debíamos haber abandonado Londres el 25 de noviembre. Para<br />

su cumplimiento, dos tercios de nuestra gente –la gente, toda la<br />

que quedaba en Inglaterra– había partido ya y llevaba varias semanas<br />

en París. Mi enfermedad primero, y después la de Idris,<br />

había retenido a Adrian y su división, formada por trescientas<br />

personas, de modo que nosotros partimos el primer día de enero<br />

de 2098. Era mi deseo mantener a Idris lo más alejada posible del<br />

ajetreo y el clamor de la multitud, ocultarle las visiones que pudieran<br />

obligarla a recordar cuál era nuestra situación real. Tuvimos<br />

que separarnos en gran medida de Adrian, obligado a dedicar<br />

todo su tiempo a los asuntos públicos. La condesa de<br />

Windsor viajaba con su hijo. Clara, Evelyn y una mujer que hacía<br />

las veces de asistenta eran las únicas personas con las que<br />

manteníamos contacto. Ocupábamos un espacioso carruaje y<br />

nuestra sirvienta oficiaba de cochera. Un grupo formado por<br />

unas veinte personas nos precedía a escasa distancia. Eran los encargados<br />

de buscar y preparar los lugares donde debíamos pasar<br />

la noche. Habían sido seleccionados entre gran número de personas<br />

que se habían ofrecido para desempeñar la misma tarea en<br />

virtud de la sagacidad del <strong>hombre</strong> que ejercía de guía de la expedición.<br />

Inmediatamente después de nuestra partida constaté con gran<br />

alegría que en Idris se operaba cierto cambio, que esperaba que<br />

constituyera un augurio de mejores resultados. Toda la buena<br />

disposición y la amabilidad que formaban parte de su naturaleza<br />

revivieron en ella. Su debilidad era extrema, y aquella alteración<br />

se mostraba más en miradas y tonos de voz que en actos. Pero era<br />

permanente y verdadera. Mi curación de la peste y la confirmación<br />

de mi salud infundían en ella la creencia firme de que, a partir<br />

de ese momento, se vería libre del temible enemigo. Me dijo<br />

que albergaba una absoluta seguridad en su propia curación, que<br />

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