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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 202<br />

Mary Shelley<br />

imaginación había recreado. Leemos sobre falanges y manípulos<br />

en la historia griega y romana; imaginamos un lugar, plano como<br />

una mesa, y unos soldados pequeños como piezas de ajedrez. E<br />

iniciamos la partida de un modo en que hasta el más ignorante es<br />

capaz de descubrir ciencia y orden en la disposición de las fuerzas.<br />

Cuando me encontré con la realidad y vi a los regimientos<br />

desfilar hacia nuestra izquierda, perdiéndose de vista, comprobé<br />

la distancia que mediaba entre los batallones y me fijé en que apenas<br />

unas tropas seguían lo bastante cerca de mí como para poder<br />

observar sus movimientos, renuncié a todo intento de comprensión,<br />

a todo intento incluso de presenciar una batalla, y me limité<br />

a unirme a Raymond y a seguir con gran interés sus acciones.<br />

Él se mostraba digno, gallardo e imperial. Transmitía sus órdenes<br />

de modo conciso y su intuición de los acontecimientos del día me<br />

resultaba milagrosa. Entretanto el cañón rugía y la música elevaba<br />

a intervalos sus voces de aliento. Y nosotros, en el más elevado<br />

de los montículos que he mencionado, demasiado lejos para<br />

ver las espigas segadas que la muerte acumulaba en sus silos, observábamos<br />

ora los regimientos perdidos entre el humo, ora los<br />

estandartes y las lanzas asomándose sobre la nube, mientras los<br />

gritos y los clamores ahogaban cualquier otro sonido.<br />

A primera hora del día Argyropylo fue herido de gravedad y<br />

Raymond asumió el mando de todo el ejército. Dio pocas instrucciones<br />

hasta que, al observar, valiéndose del catalejo, las consecuencias<br />

de una orden que había dado, su rostro, tras unos instantes<br />

de vacilación, adquirió un gesto radiante.<br />

–<strong>El</strong> día es nuestro –exclamó–. Los turcos huyen de nuestras<br />

bayonetas.<br />

Y entonces, sin perder un segundo, envió a sus ayudas de campo<br />

para que ordenaran una carga de caballería contra el enemigo en retirada.<br />

La derrota fue total; el cañón dejó de rugir, la infantería se retiró<br />

y la caballería siguió a los turcos que, en desbandada, corrían<br />

por la lúgubre llanura. Los oficiales de Raymond partieron en distintas<br />

direcciones para realizar observaciones y transmitir órdenes.<br />

Incluso a mí se me envió a una zona lejana del campo de batalla.<br />

<strong>El</strong> terreno en que había tenido lugar era llano, tanto que desde<br />

los túmulos se divisaba la línea ondulante de montañas que se<br />

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