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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 493<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ahora me decía: «ahí están», y luego: «son imaginaciones mías».<br />

Un temor repentino se apoderó de mí mientras observaba, e incorporándome<br />

y corriendo hacia la proa –de pie, el cabello algo levantado<br />

sobre la frente–, una línea oscura de olas apareció por el<br />

este y se aproximó velozmente hacia nosotros. Mi advertencia<br />

asombrada a Adrian fue seguida de un ondear de velas, pues el<br />

viento que las azotaba era adverso, y la barca cabeceó. La tormenta,<br />

rápida como el habla, se situó al instante sobre nuestras cabezas,<br />

el sol enrojeció, el mar oscuro se cubrió de espuma y la barca<br />

empezó a subir y bajar a merced de unas olas cada vez mayores.<br />

Contémplanos ahora en nuestra frágil morada, rodeados de<br />

un oleaje hambriento y rugiente, abofeteados por los vientos. Por<br />

el este, dos inmensos nubarrones negros que avanzaban en direcciones<br />

opuestas se encontraron. Saltó el rayo, seguido del murmullo<br />

del trueno. Al sur las nubes respondieron y el garabato de<br />

fuego que, dividiéndose, recorría el cielo negro, nos mostró las<br />

pavorosas montañas de cúmulos, alcanzados ya, y exterminados,<br />

por las inmensas olas. ¡Santo Dios! Y nosotros solos, nosotros<br />

tres, solos, solos, únicos habitantes del mar y de la tierra, nosotros<br />

tres íbamos a perecer. <strong>El</strong> vasto universo, su miríada de mundos<br />

y las llanuras de tierra ilimitada que habíamos abandonado<br />

–la extensión de mar abierto que nos rodeaba– se empequeñecían<br />

ante mi vista; ello y todo lo que contenía se reducía a un solo<br />

punto, a la barca tambaleante, cargada de gloriosa humanidad.<br />

La desesperación surcó el rostro amoroso de Adrian, que con<br />

los dientes apretados murmuró:<br />

–Aun así se salvarán. –Clara, presa de un terror muy humano,<br />

pálida y temblorosa, se acercó a él como pudo, y Adrian le dedicó<br />

una sonrisa de aliento–. ¿Tienes miedo, niña? No lo tengas,<br />

que muy pronto llegaremos a puerto.<br />

La oscuridad me impedía ver el cambio en su semblante, pero<br />

pronunció su respuesta con voz clara y dulce.<br />

–¿Por qué habría de tenerlo? Ni el mar ni las tormentas pueden<br />

vencernos si el destino poderoso, o quien gobierna el destino,<br />

no lo permite. Además el punzante temor a sobrevivir a cualquiera<br />

de los dos no tiene aquí sentido, pues será una única muerte<br />

la que nos lleve a los tres a un tiempo.<br />

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