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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 62<br />

Mary Shelley<br />

gos de la reina destronada eran amigos suyos, y no había semana<br />

en que no se reuniera con ella en su castillo.<br />

Yo no había visto nunca a la hermana de Adrian. Había oído<br />

que se trataba de una joven encantadora, dulce y fascinante.<br />

¿Cómo haría para verla? Hay momentos en los que nos asalta la<br />

sensación indefinible de que un cambio inminente, para mejor o<br />

para peor, va a surgir de un hecho. Y, para mejor o para peor, tememos<br />

ese cambio y evitamos el hecho. Ese era el motivo que me<br />

llevaba a mantenerme alejado de aquella damisela de alta cuna.<br />

Para mí ella lo era todo y no era nada. Su nombre, pronunciado<br />

por cualquier otro, me sobresaltaba y me hacía temblar. <strong>El</strong> interminable<br />

debate sobre su unión con lord Raymond era para mí<br />

una verdadera agonía. Me parecía que, ahora que Adrian vivía<br />

apartado de la vida activa, y de aquella hermosa Idris, víctima seguramente<br />

de las ambiciones de su madre, yo debía acudir en su<br />

protección, librarla de las malas influencias, impedir su infelicidad<br />

y garantizar su libertad de elección, derecho de todo ser humano.<br />

Pero, ¿cómo iba a hacerlo? <strong>El</strong>la misma rechazaría mi intromisión.<br />

Si lo hacía, me convertiría en objeto de su indiferencia<br />

o su desprecio, por lo que mejor sería evitarla, no exponerme<br />

ante ella ni ante el mundo, representando el papel de un Ícaro<br />

loco y entregado.<br />

Un día, varios meses después de mi regreso a Inglaterra, abandoné<br />

Londres para visitar a mi hermana. Su compañía era mi<br />

principal solaz y delicia. Y mi ánimo siempre se elevaba cuando<br />

pensaba en verla. Salpicaba siempre su conversación de comentarios<br />

agudos y razonados; en su agradable sala, que olía a flores y<br />

estaba adornada con magníficos bronces, jarrones antiguos y copias<br />

de las mejores pinturas de Rafael, Correggio y Claude pintadas<br />

por ella misma, yo me deleitaba en la lejanía fantástica de lugar,<br />

inaccesible a las ruidosas polémicas de los políticos y a los<br />

vaivenes frívolos de las modas. En aquella ocasión mi hermana<br />

no estaba sola. Reconocí al punto a su acompañante: se trataba<br />

de Idris, el objeto hasta entonces velado de mi loca idolatría.<br />

¿Qué términos de asombro y delicia serán los más adecuados,<br />

qué expresiones he de escoger, qué flujo suave del lenguaje me permitirá<br />

expresarme con más belleza, con más conocimiento, me-<br />

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