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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 203<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

alzaba en el lejano horizonte. <strong>El</strong> espacio intermedio no presentaba<br />

la menor irregularidad, salvo por unas ondulaciones que se<br />

asemejaban a las olas del mar. Toda esa parte de Tracia había<br />

sido escenario de contiendas durante tanto tiempo que seguía sin<br />

cultivar y presentaba un aspecto baldío, siniestro. La orden que<br />

yo había recibido consistía en otear, desde una elevación que quedaba<br />

al norte, en la dirección que podía haber tomado un destacamento<br />

enemigo. La totalidad del ejército turco, seguido del<br />

griego, se había encaminado hacia el este. En la zona que observaba<br />

yo sólo quedaban los muertos. Desde lo alto del montículo<br />

miré a lo lejos. Todo estaba desierto y en silencio.<br />

Los <strong>último</strong>s rayos del sol poniente se proyectaban desde la lejana<br />

cumbre del monte Athos. <strong>El</strong> mar de Mármara aún brillaba,<br />

reflejándolos, mientras que la costa asiática, más lejana, se hallaba<br />

medio oculta tras el velo de una nube baja. Muchos eran los<br />

cascos, las bayonetas y las espadas esparcidos aquí y allá, caídos<br />

de manos inertes, en los que reverberaba el rayo moribundo. Desde<br />

el este, una bandada de cuervos, viejos habitantes de los cementerios<br />

turcos, se acercaba a su cosecha planeando. Es la hora<br />

del día, de melancolía dulce aún, que siempre me ha parecido<br />

más propicia para comulgar con los poderes superiores, pues<br />

nuestra determinación mortal nos abandona y una dócil complacencia<br />

invade el alma. Pero ahora, en medio de los heridos y los<br />

muertos, ¿cómo podía apoderarse de uno solo de los asesinos un<br />

solo pensamiento celestial, una sola sensación de paz? Durante el<br />

día, ocupada, mi mente se había entregado, esclava complacida,<br />

al estado de las cosas que le presentaban sus congéneres, y la asociación<br />

histórica, el odio al enemigo y el entusiasmo militar me<br />

habían dominado. Pero ahora observaba la estrella vespertina<br />

que pendía oscilante, serenamente, destacando entre los tonos<br />

anaranjados del ocaso. Me volví hacia la tierra cubierta de cadáveres<br />

y sentí vergüenza de mi especie. Tal vez también la sintieran<br />

los plácidos cielos, pues no tardaron en cubrirse de neblina, cambio<br />

al que contribuyó la rápida desaparición de la luz habitual en<br />

el sur. Unas nubes densas se aproximaban desde el este y sus bordes<br />

oscuros se iluminaban con relámpagos rojos y turbulentos. Se<br />

levantó un viento que agitaba las ropas de los muertos y que se<br />

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