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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 357<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

Al principio la mayor incidencia de la enfermedad en primavera<br />

supuso un mayor esfuerzo para aquellos de nosotros que,<br />

todavía vivos, dedicábamos nuestro tiempo y pensamientos a<br />

nuestro prójimo. Nos entregábamos a la tarea: en medio de la<br />

desesperación, llevábamos a cabo las tareas de la esperanza. Salíamos<br />

decididos a contender con nuestro enemigo. Ayudábamos<br />

a los enfermos, y consolábamos a los dolientes. Volviéndonos de<br />

los muchos muertos a los pocos supervivientes, con una fuerza<br />

del deseo que se asemejaba mucho al poder, les conminábamos:<br />

¡vivid! Mas la epidemia se enseñoreaba de todo y, burlona, se reía<br />

de nosotros.<br />

¿Alguna vez han observado mis lectores las ruinas de un hormiguero<br />

inmediatamente después de su destrucción? En un primer<br />

momento éste parece desierto de sus anteriores habitantes. Al<br />

poco se ve una hormiga avanzando penosamente por el montículo<br />

arrasado. Luego salen de dos en dos, de tres en tres, y corren de<br />

aquí para allá en busca de sus compañeras perdidas. Lo mismo<br />

éramos nosotros sobre la tierra, vagando aturdidos ante los efectos<br />

de la peste. Nuestras moradas vacías seguían en pie, pero sus<br />

habitantes se congregaban en la penumbra de las tumbas.<br />

A medida que iban perdiendo efecto las reglas del orden y la<br />

presión de las leyes, hubo quienes empezaron a transgredir los<br />

usos acostumbrados de la sociedad, al principio con tiento y vacilación.<br />

Había muchos palacios desiertos y los pobres osaron al<br />

fin, sin que nadie les reprendiera por ello, internarse en aquellos<br />

aposentos espléndidos, cuyos muebles y ornamentos eran un<br />

mundo desconocido para ellos. Se constató que, aunque el freno<br />

a toda circulación de propiedades decretado al principio había<br />

llevado a la pobreza repentina a quienes antes se apoyaban en la<br />

escasez artificial de la sociedad, cuando desaparecieron los límites<br />

de la propiedad privada, los productos del trabajo humano<br />

existentes en el momento excedían en mucho lo que aquella menguada<br />

generación era capaz de consumir. Para algunos de entre<br />

los pobres aquello fue objeto de gran regocijo. Ahora sí éramos<br />

todos iguales. Magníficas residencias, alfombras lujosas, lechos de<br />

plumas se hallaban disponibles para todos. Carruajes y caballos,<br />

jardines, pinturas, estatuas, bibliotecas principescas, de todo había<br />

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