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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 2<strong>13</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

sentimientos. Debía, con chanzas y burlas cariñosas, tratar de disipar<br />

sus temores. Pero, fuera lo que fuese lo que estaba a punto<br />

de responder, las poderosas emociones de Clara me lo impidieron.<br />

Raymond había hablado sin reparar en su presencia y ella,<br />

pobre niña, escuchó, crédula y horrorizada, la profecía de su<br />

muerte. <strong>El</strong> violento desconsuelo de la pequeña conmovió a su padre,<br />

que la estrechó en sus brazos, consolándola, aunque con palabras<br />

solemnes y temerosas.<br />

–No llores, dulce niña –le dijo–, la próxima muerte de aquél a<br />

quien apenas has conocido. Tal vez muera, pero ni en la muerte<br />

olvidaré ni abandonaré jamás a mi Clara. En tus penas y en tus<br />

alegrías, piensa que el espíritu de tu padre andará cerca, para salvarte<br />

o comprenderte. Enorgullécete de mí y atesora tu recuerdo<br />

infantil de mi persona. Así, querida, parecerá que no habré muerto.<br />

Una cosa debes prometerme: no hablar con nadie, más que<br />

con tu tío, de la conversación que acabas de oír. Cuando me haya<br />

ido, consolarás a tu madre, y le dirás que mi muerte me fue amarga<br />

sólo porque me separó de ella; que mis <strong>último</strong>s pensamientos<br />

se los dedicaré a ella. Pero mientras viva, prométeme que no me<br />

traicionarás, prométemelo, mi querida hija.<br />

Con voz quebrada Clara pronunció su promesa, sin separarse<br />

de su lado, y presa de dolor. Regresamos pronto a la orilla. Yo<br />

trataba de obviar la impresión causada en la mente de la pequeña<br />

tomándome a la ligera los temores de Raymond. Y ya no volvimos<br />

a hablar de ellos pues, como él mismo había asegurado, el<br />

asedio, que llegaba a su final, se convirtió en centro de su interés<br />

y ocupaba todo su tiempo y atenciones.<br />

<strong>El</strong> imperio de los mahometanos en Europa tocaba a su fin. La<br />

flota griega, que bloqueaba todos los puertos de Estambul, impedía<br />

la llegada de refuerzos desde Asia. Todas las salidas por tierra<br />

eran impracticables, y los intentos desesperados de traspasar las<br />

murallas sólo lograban reducir los efectivos de nuestros enemigos,<br />

sin causar la menor pérdida en nuestras filas. La guarnición<br />

turca había menguado tanto que parecía evidente que la ciudad<br />

habría sucumbido a un ataque violento. Sin embargo, la humanidad<br />

y la política dictaban un proceder más lento. No había apenas<br />

duda de que, si la incursión se llevaba al extremo, los palacios<br />

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