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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 460<br />

Mary Shelley<br />

fin los más valientes avanzaron un poco y, alzando el cuerpo moribundo<br />

de aquel infeliz, descubrieron la explicación trágica de<br />

aquella escena desconcertante. Se trataba de un bailarín de ópera<br />

y se contaba entre los miembros de mi tropa que habían desertado<br />

en Villeneuve-la-Guiard. Tras enfermar, sus compañeros lo<br />

habían abandonado, y en un arrebato de delirio había imaginado<br />

que se hallaba en escena y, pobre <strong>hombre</strong>, sus sentidos agonizantes<br />

anhelaban el <strong>último</strong> aplauso humano que merecían su gracia<br />

y su agilidad.<br />

En otra ocasión nos sentimos perseguidos varios días por una<br />

aparición, a la que nuestra gente bautizó como el Negro Espectro.<br />

Sólo lo veíamos de noche, cuando su corcel negro azabache,<br />

sus ropas de luto y su penacho de plumas negras le conferían un<br />

aspecto temible y majestuoso. Alguien aseguraba que su rostro,<br />

que había atisbado un instante, poseía una palidez cenicienta. Al<br />

rezagarse del resto del grupo, en un recodo del camino, había visto<br />

al Negro Espectro acercarse a él. Presa del miedo, logró esconderse,<br />

y caballo y jinete pasaron de largo mientras la luz de la<br />

luna iluminaba el rostro de aquel ser y mostraba su color ultraterreno.<br />

A veces, en plena noche, mientras atendíamos a los enfermos,<br />

oíamos el galope de un caballo que cruzaba la ciudad: era el<br />

Negro Espectro que venía como heraldo de la muerte inevitable.<br />

A los ojos comunes adquiría proporciones gigantescas y, según se<br />

decía, lo envolvía un aire gélido. Cuando lo oían acercarse los<br />

animales temblaban y los moribundos sabían que había llegado<br />

su hora. Se aseguraba que era la muerte misma, que se hacía visible<br />

para someter la tierra y acabar de una vez con los pocos que<br />

quedábamos, únicos rebeldes a su ley. Un día, a mediodía, vimos<br />

una mole negra ante nosotros, en la calzada, y al acercarnos distinguimos<br />

al Negro Espectro, que se había caído del caballo y,<br />

agonizando, se retorcía en el suelo. No sobrevivió muchas horas<br />

más y sus últimas palabras nos revelaron el secreto de su conducta<br />

misteriosa. Se trataba de un aristócrata francés que, a causa de<br />

la peste, había quedado solo en su distrito. Durante muchos meses<br />

había recorrido el país de pueblo en pueblo, de provincia en<br />

provincia, en busca de algún superviviente con quien sentirse<br />

acompañado, pues detestaba la soledad a la que vivía condenado.<br />

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