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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 214<br />

Mary Shelley<br />

de la ciudad, sus templos y todos sus tesoros serían destruidos al<br />

calor del triunfo y la derrota. Los ciudadanos, indefensos, ya habían<br />

padecido bastante la barbarie de los jenízaros y, en caso de<br />

ataque, tumulto y masacre, la belleza, la infancia y la decrepitud<br />

se verían sacrificadas por igual a manos de la ferocidad brutal de<br />

los soldados. <strong>El</strong> hambre y el bloqueo eran medios ciertos de conquista,<br />

y en ellos basábamos nuestras esperanzas de victoria.<br />

Todos los días los soldados de la guarnición asaltaban nuestros<br />

puestos de avance y nos impedían completar los trabajos.<br />

Desde los diversos puertos se lanzaban barcos incendiados, mientras<br />

nuestras tropas, en ocasiones, debían retirarse ante las muestras<br />

de valor absoluto desplegadas por <strong>hombre</strong>s que no perseguían seguir<br />

viviendo, sino vender caras sus vidas. Aquellas escaramuzas<br />

se veían agravadas por la estación del año en que nos encontrábamos.<br />

Era verano, y los vientos del sur, procedentes de Asia, llegaban<br />

cargados de un calor insufrible. Los arroyos se secaban en<br />

sus lechos poco profundos y el mar parecía abrasarse bajo los rayos<br />

implacables del astro del solsticio. La noche no acudía para<br />

refrescar la tierra, nos negaba el rocío; no crecían hierbas ni flores,<br />

hasta los árboles languidecían; y el verano adoptaba la apariencia<br />

marchita del invierno, mientras avanzaba silencioso y<br />

abrasador, escamoteando los medios de subsistencia de los <strong>hombre</strong>s.<br />

En vano se esforzaba el ojo por avistar una nube solitaria<br />

que llegara desde el norte, náufraga en el empíreo inmaculado,<br />

que avivara las esperanzas de un cambio y aportara humedad a la<br />

atmósfera opresiva y sin viento. Todo se mantenía sereno, ardiente,<br />

aniquilador. Nosotros, los que asediábamos, sufríamos<br />

comparativamente pocos males. Los bosques que rodeaban la<br />

ciudad nos daban sombra, el río nos aseguraba el suministro<br />

constante de agua. Además, algunos destacamentos se ocupaban<br />

de proveer al ejército de hielo, del que habían hecho acopio en los<br />

montes Haemus, en el monte Athos y en las cumbres de Macedonia.<br />

Con él se refrescaban frutas y alimentos básicos, que renovaban<br />

la fuerza de los trabajadores y nos permitían sobrellevar con<br />

menor impaciencia la carga del aire asfixiante. Pero en la ciudad<br />

las cosas eran muy distintas. Los rayos del sol se reflejaban en pavimentos<br />

y edificios. Las fuentes públicas habían sido cerradas y<br />

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