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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 346<br />

Mary Shelley<br />

nos desacostumbradas a tales menesteres debían amasar el pan o,<br />

en ausencia de harina, tanto el señor como el cortesano perfumado<br />

debían hacer las veces de carniceros. Ahora los pobres y los ricos<br />

eran iguales o, mejor dicho, aquéllos eran superiores, pues se<br />

entregaban a esas tareas con energía y experiencia. Por el contrario,<br />

la ignorancia, la ineptitud y los hábitos de reposo hacían que<br />

esas mismas tareas fatigaran a los acostumbrados al lujo, humillaran<br />

a los orgullosos y resultaran desagradables a aquéllos cuyas<br />

mentes, adiestradas en la mejora intelectual, consideraban su privilegio<br />

verse exentos de velar por sus necesidades animales.<br />

Pero en todo cambio la bondad y el afecto hallan campo abonado<br />

para el esfuerzo y el ejemplo. En algunos, dichos cambios<br />

producían una devoción y una capacidad de sacrificio que resultaban<br />

a la vez nobles y heroicas, algo hermoso de contemplar<br />

para los amantes de la raza humana. Como también hermoso era<br />

ver, como en épocas antiguas, las maneras patriarcales con que<br />

parientes y amigos de toda condición cumplían con sus deberes.<br />

Los jóvenes, aristócratas de la tierra, se dedicaban a labores domésticas<br />

con envidiable buen ánimo, para ayudar a sus madres y<br />

hermanas. Bajaban hasta el río a romper el hielo y sacar agua; se<br />

unían en expediciones destinadas a obtener alimentos o, hacha en<br />

mano, abatían árboles para convertirlos en leña. Las mujeres los<br />

recibían, a su regreso, con una bienvenida simple y afectuosa hasta<br />

hacía poco reservada a las habitantes de las granjas más humildes:<br />

el hogar limpio, el fuego encendido, la cena preparada<br />

con manos amorosas, la gratitud por las provisiones que garantizaban<br />

el alimento del día siguiente... Goces raros para los ingleses<br />

de alcurnia, que si embargo se habían convertido en sus únicos<br />

lujos, unos lujos que mucho les costaban, y que por ello<br />

valoraban más.<br />

Nadie encarnaba mejor que nuestra Clara aquella dócil sumisión<br />

a las circunstancias, aquella noble humildad, aquel don imaginativo<br />

que le permitía colorear aquellas tareas con tintes románticos.<br />

<strong>El</strong>la era testigo de mi apatía y de las angustias de Idris.<br />

Su ocupación constante era aliviarnos a nosotros del trabajo y<br />

verter consuelo e incluso elegancia en nuestro alterado modo de<br />

vida. Nosotros aún contábamos con algunos criados que la epi-<br />

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