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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 408<br />

Mary Shelley<br />

duda en otro tiempo perteneció al bosque y que ahora silbaba a<br />

la luz de la luna; y al que, por su forma caprichosa, que al atardecer<br />

se asemejaba a una figura humana, los niños habían bautizado<br />

Falstaff; todos aquellos objetos me resultaban tan conocidos<br />

como la chimenea helada de mi hogar desierto, y así como<br />

una pared cubierta de musgo y un terreno de bosque cultivado<br />

parecen, a ojos inexpertos, idénticos como corderos gemelos, así<br />

a mis ojos surgían las diferencias, las distinciones, los nombres.<br />

Inglaterra perduraba, aunque se hubiera perdido. Lo que yo contemplaba<br />

era el fantasma de una Inglaterra alegre, a la sombra de<br />

cuyo follaje se habían cobijado seguras y alegres generación tras<br />

generación. Al doloroso reconocimiento de aquellos lugares se<br />

añadía una sensación experimentada por todos y comprendida<br />

por nadie, algo así como que en cierto estado menos visionario<br />

que un sueño, en alguna existencia pasada, real, yo ya hubiera<br />

visto todo lo que veía, y que al verlo hubiera sentido lo mismo;<br />

como si todas mis sensaciones fueran un espejo que reflejara una<br />

revelación anterior. Para liberarme de aquella sensación opresiva<br />

traté de detectar algún cambio en aquel tranquilo lugar. Y, en<br />

efecto, mi ánimo mejoró cuando me vi obligado a prestar más<br />

atención a los objetos que me causaban dolor.<br />

Llegué a Datchet, a la humilde morada de Lucy, otrora bulliciosa<br />

los sábados, o limpia y ordenada los domingos por la mañana,<br />

testigo de los trabajos y la pulcritud de su dueña. La nieve<br />

ocultaba a medias el umbral, como si la puerta llevara bastantes<br />

días sin abrirse. «¿Qué escena de muerte debía representar ahora<br />

Roscius?»,* murmuré para mis adentros al contemplar las ventanas<br />

oscuras. En un primer momento me pareció distinguir luz en<br />

una de ellas, pero resultó ser sólo el reflejo de la luna en un cristal.<br />

<strong>El</strong> único sonido era el de las ramas de los árboles agitadas por<br />

un viento que sacudía de ellas la nieve acumulada. La luna surcaba<br />

libre y despejada el éter interminable y la sombra de la casa se<br />

proyectaba en el jardín trasero. Entré en él por una abertura y<br />

examiné todas las ventanas. Al fin vislumbré un rayo de luz que<br />

* Enrique VI, acto V, escena III, de William Shakespeare. Quintus Roscius Gallus,<br />

actor romano del siglo ii-i a. C. (N. del T.)<br />

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