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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 502<br />

Mary Shelley<br />

ellas. Entré en una casa. Estaba deshabitada. Subí la escalinata<br />

de mármol de un palacio y hallé a los murciélagos y los búhos<br />

habitando en sus cortinajes. Avanzaba sin hacer ruido para no<br />

despertar a la ciudad dormida. Regañé a un perro que con sus ladridos<br />

alteraba la paz sagrada. No creía que todo era lo que parecía:<br />

el mundo no estaba muerto, era yo, que había enloquecido.<br />

Estaba ciego y sordo y había perdido el sentido del tacto.<br />

Actuaba bajo los efectos de un encantamiento que me permitía<br />

contemplar todas las visiones de la tierra excepto a sus habitantes<br />

humanos, que no obstante seguían con sus acciones cotidianas.<br />

Todas las casas tenían dueño, pero yo no los veía. Si hubiera<br />

podido persuadirme de algo así, me habrá sentido mucho más<br />

conformado. Pero mi cerebro, tenaz en sus razonamientos, se<br />

negaba a entregarse a tales imaginaciones, y aunque trataba de<br />

representarme a mí mismo esa farsa, sabía que yo, vástago del<br />

<strong>hombre</strong>, durante muchos años uno más entre muchos, me había<br />

convertido en el único superviviente de mi especie. <strong>El</strong> sol se ocultaba<br />

tras las colinas de poniente. No había probado alimento<br />

desde la noche anterior, pero aunque débil y cansado despreciaba<br />

la comida y seguía caminando por las calles solitarias porque<br />

todavía quedaba algo de luz. La noche llegó y unió a todas las<br />

criaturas vivientes, menos a mí, con otras de su especie. <strong>El</strong> único<br />

alivio a mi agonía lo hallaba en el sacrificio: de los mil lechos<br />

disponibles, no escogí el lujo de ninguno de ellos y me eché en el<br />

suelo; un frío peldaño de mármol me sirvió de almohada. Llegó<br />

la medianoche y sólo entonces mis fatigados párpados, al cerrarse,<br />

me privaron de la visión de las estrellas titilantes y de su reflejo<br />

en el pavimento. Así pasé la segunda noche de mi desolación.<br />

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