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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 483<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

delicioso aroma.»* Así era en los tiempos del antiguo poeta regio;<br />

y así era para nosotros.<br />

¿Mas cómo íbamos nosotros, en nuestra tristeza, a saludar la<br />

llegada de la estación deliciosa? Esperábamos que esta vez la<br />

muerte no avanzara, como había hecho antes, agazapada en su<br />

sombra, y nos mirábamos con ojos expectantes, sin atrevernos siquiera<br />

a fiarnos de nuestros presentimientos, tratando de adivinar<br />

cuál de nosotros sobreviviría a los otros tres. Pasaríamos la estación<br />

estival en el lago de Como, y hacia allí nos dirigimos tan<br />

pronto como el verano alcanzó su madurez y la nieve desapareció<br />

de las cumbres. A diez millas de Como, bajo las escarpadas alturas<br />

de los montes orientales, a orillas del agua remansada, se alzaba<br />

una villa llamada La Pliniana por estar construida junto a una<br />

fuente cuyo periódico flujo y reflujo describió Plinio el Joven en<br />

sus cartas. La casa se hallaba prácticamente en estado de ruina<br />

hasta que, en 2090, un aristócrata inglés la compró y la dotó de<br />

todos los lujos. Dos grandes salones revestidos de espléndidos cortinajes<br />

y suelos de mármol daban a dos lados opuestos de un mismo<br />

patio. Uno de ellos moría en el lago oscuro y profundo, y el<br />

otro a los pies de un peñasco por uno de cuyos lados, con rumor<br />

constante, se descolgaba la célebre fuente. Coronaban la roca mirtos<br />

y otras planas aromáticas y unos cipreses afiladísimos se recortaban<br />

contra el cielo. Más allá grandes castaños decoraban las<br />

hondonadas de los montes. Allí fijamos nuestra residencia de verano.<br />

Disponíamos de un precioso bote en el que navegábamos,<br />

ahora dirigiéndonos al centro, ahora siguiendo la orilla recortada<br />

y exuberante de plantas que con sus hojas brillantes rozaban las<br />

aguas en muchos entrantes y quebradas de aguas oscuras y traslúcidas.<br />

Los naranjos estaban en flor, los pájaros entonaban sus cantos<br />

melodiosos y durante la primavera la fría serpiente surgía de<br />

entre las grietas de las rocas y se tendía al sol.<br />

¿No éramos felices en este retiro paradisíaco? Si algún espíritu<br />

amable nos hubiera concedido el bálsamo del olvido, creo que<br />

habríamos llegado a serlo, pues allí las montañas verticales, casi<br />

sin senderos, nos impedían la visión de los campos desolados y,<br />

* Cantar de los Cantares, 2.<strong>11</strong>-<strong>13</strong>. (N. del T.)<br />

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