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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 405<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ba su alma de tormentosa y desconcertante confusión. Y me correspondía<br />

a mí ejercer una poderosa influencia sobre ella, aplacar<br />

el fiero embate de aquellas olas tumultuosas. De modo que hablé<br />

con ella y le hice recordar lo feliz que había sido Idris, el aprecio y<br />

el reconocimiento que sus pasadas virtudes y numerosos dones habían<br />

suscitado. Ensalcé al ídolo venerado por mi corazón, al ideal<br />

admirado de la perfección femenina. Con ferviente y exuberante<br />

elocuencia alivié mi corazón del peso que lo oprimía y desperté a<br />

la sensación de un nuevo placer en la vida mientras pronunciaba<br />

mi elegía. Luego me referí a Adrian, su amado hermano y único<br />

hijo que le quedaba con vida. Declaré –casi las había olvidado–,<br />

cuáles eran mis obligaciones respecto de aquellas adoradas porciones<br />

de ella misma, y logré que la madre, triste y arrepentida, pensara<br />

en el mejor modo de expiar el maltrato que había deparado a<br />

los muertos, que no era otro que ofrecer a los supervivientes un<br />

amor redoblado. Al consolarla a ella mis propias penas se aplacaron,<br />

y mi sinceridad la convenció por completo.<br />

Se volvió para mirarme. La mujer dura, inflexible, persecutora,<br />

compuso un gesto dulce y me dijo:<br />

–Si nuestro amado ángel nos está viendo ahora, le alegrará ver<br />

que, aunque tarde, te hago justicia. Has sido digno de ella. Y desde<br />

lo más hondo de mi corazón me alegro de que te llevaras el<br />

suyo lejos de mí. Perdona, hijo mío, por los muchos males que te<br />

he causado. Olvida mis palabras crueles y mi trato distante. Llévame<br />

contigo y gobiérname a tu antojo.<br />

Aproveché lo sereno del momento para proponerle que abandonáramos<br />

la iglesia.<br />

–Cubramos antes la entrada de la cripta –sugirió la condesa.<br />

Nos acercamos a ella.<br />

–¿Deberíamos bajar a verla una vez más? –le pregunté.<br />

–Yo no puedo –respondió–. Y te ruego que tampoco lo hagas<br />

tú. No conviene que nos torturemos contemplando el cuerpo sin<br />

alma, mientras su espíritu vivo se halla enterrado en nuestros corazones<br />

y su belleza sin igual está esculpida en ellos. Duerma o<br />

vele, siempre estará presente entre nosotros.<br />

Permanecimos unos instantes en solemne silencio sobre la<br />

cripta abierta. Yo consagraría mi vida futura a mantener intacto<br />

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