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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 209<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

–Sabía que me hablarías de ella. La tenía olvidada desde hacía<br />

mucho, mucho tiempo. Pero desde que hemos acampado aquí<br />

visita mis pensamientos todos los días, hora tras hora. Cuando<br />

alguien me habla, es su nombre el que espero oír; pienso que formará<br />

parte de todas las conversaciones. Finalmente tú has roto el<br />

encantamiento. Dime qué sabes de ella.<br />

Le relaté nuestro <strong>último</strong> encuentro. Tuve que repetirle una y<br />

otra vez la historia de su muerte. Con interés sincero y doliente<br />

me preguntó por las profecías que había vertido respecto de él.<br />

Yo traté de exponerlas como los delirios de una loca.<br />

–No, no –me dijo–, no te engañes. A mí no puedes ocultármelo.<br />

No dijo nada que yo no supiera ya, aunque ésta es la confirmación.<br />

¡<strong>El</strong> fuego, la espada y la peste! Las tres cosas puedo hallarlas<br />

en esta ciudad. Y las tres recaerán sólo sobre mi ser.<br />

Desde ese día la melancolía se apoderó de Raymond. Se mantenía<br />

solo siempre que las obligaciones de su cargo se lo permitían.<br />

Cuando se hallaba en compañía, y a pesar de sus esfuerzos,<br />

la tristeza asomaba a su rostro, y se sentaba, ausente y mudo, entre<br />

la ajetreada multitud que lo rodeaba. Perdita se acercaba a él,<br />

y en su presencia se obligaba a mostrarse alegre pues ella, como<br />

un espejo, reflejaba todos sus cambios, y si se mostraba nervioso<br />

y callado, ella se preocupaba y le preguntaba qué le sucedía, y<br />

trataba de eliminar la causa de sus cuitas. Perdita estaba instalada<br />

en el palacio de las Dulces Aguas, un serrallo de verano del<br />

sultán. La belleza del paisaje circundante, a salvo de la guerra, y<br />

el frescor del río, hacían doblemente agradable el lugar. Raymond<br />

no sentía alivio alguno, no obtenía el menor placer del espectáculo<br />

de los cielos y la tierra. Con frecuencia se despedía de<br />

mi hermana y caminaba solo por las inmediaciones. O, en una<br />

chalupa ligera, se dejaba llevar, ocioso, por las aguas puras, mientras<br />

se entregaba a profundas meditaciones. Yo me unía a él a veces.<br />

Siempre se mostraba taciturno y abatido. Parecía aliviarle<br />

algo mi compañía y conversaba con cierto interés sobre los asuntos<br />

de la jornada. Se hubiera dicho que algo le rondaba por la<br />

mente. Y sin embargo, cuando estaba a punto de hablar de lo que<br />

más afligía su corazón, se volvía de pronto y, con un suspiro, trataba<br />

de ahuyentar aquella idea dolorosa.<br />

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