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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 467<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ba de sacar fuerzas de su desmayado espíritu para consolarlo. Y<br />

allí un criado, fiel hasta el final, aunque agonizante, se ocupaba<br />

de aquel que, aunque aún erguido y saludable, observaba con<br />

creciente temor las desgracias que se sucedían a su alrededor.<br />

Adrian se apoyaba en un árbol. Sostenía un libro en sus manos,<br />

pero sus ojos abandonaban las páginas, buscaban los míos<br />

y me dedicaban miradas comprensivas. Su expresión indicaba<br />

que sus pensamientos habían abandonado las letras impresas y<br />

se habían adentrado en otras más llenas de sentido, más absorbentes,<br />

que se extendían ante él. En la orilla, apartada de todos,<br />

en un claro sereno donde el riachuelo besaba dulcemente el prado<br />

verde, Clara y Evelyn jugaban, a veces golpeando el agua con<br />

una rama, a veces contemplando las moscas que zumbaban.<br />

Ahora Evelyn trataba de cazar una mariposa, luego arrancaba<br />

una flor para su prima. Y su risueña carita de querubín proclamaba<br />

que en su pecho latía un corazón alegre. Clara, aunque intentaba<br />

concentrarse en la diversión del pequeño, se distraía a<br />

veces y se volvía para mirarnos a Adrian y a mí. Había cumplido<br />

catorce años y conservaba su aspecto infantil, aunque por su<br />

altura ya fuera una mujer. Representaba con mi hijo huérfano el<br />

papel de la más amorosa de las madres. Al verla jugar con él, o<br />

ceder silenciosa y sumisamente a nuestros deseos, sólo se pensaba<br />

en su paciencia y docilidad. Pero en sus ojos bondadosos y en<br />

las cortinas venosas que los velaban, en lo despejado de su frente<br />

marmórea, en la tierna expresión de sus labios, había una inteligencia<br />

y una belleza que al momento inspiraban admiración<br />

y amor.<br />

Cuando el sol descendió, camino del oeste, y las sombras del<br />

atardecer se hicieron más alargadas, nos preparamos para iniciar<br />

el ascenso a la montaña. Las atenciones que debíamos dedicar a<br />

los enfermos nos obligaban a avanzar despacio. <strong>El</strong> camino tortuoso<br />

y empinado nos deparaba vistas de campos rocosos y colinas,<br />

las unas ocultándose a las otras, hasta que nuestro ascenso<br />

nos permitió verlas todas en sucesión. Apenas hallábamos sombras<br />

que nos protegieran del sol bajo, cuyos rayos oblicuos parecían<br />

cargados de un calor que nos causaba gran fatiga. Hay<br />

ocasiones en que dificultades menores se vuelven gigantescas,<br />

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