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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 341<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

vivido, como si fueran divinas, y aunque el decreto de la población<br />

se derogaba, la propiedad seguía siendo sagrada. Se trataba<br />

de una reflexión triste; y a pesar de la disminución del mal causado,<br />

dolía en el corazón como una burla cruel. Toda idea de recurrir<br />

al placer, a los teatros y las fiestas había pasado.<br />

–<strong>El</strong> próximo verano –dijo Adrian cuando nos despedimos<br />

para regresar a Windsor– se decidirá el sino de la raza humana.<br />

No cejaré en mis empeños hasta entonces. Pero si la peste regresa,<br />

habrá de cesar toda lucha en su contra, y ya sólo nos quedará<br />

ocuparnos en elegir sepulcro.<br />

No he de olvidarme de un incidente que ocurrió durante<br />

aquella estancia en Londres. Las visitas de Merrival a Windsor,<br />

antes frecuentes, habían terminado abruptamente. En aquella<br />

época, en que la vida y la muerte se hallaban separadas por una<br />

línea más delgada que un cabello, temía que nuestro amigo hubiera<br />

sido víctima de aquel mal todopoderoso. Por eso, imaginando<br />

lo peor, me acerqué a su domicilio para ver si podía ser de<br />

alguna ayuda a los miembros de su familia que pudieran haber<br />

sobrevivido. Hallé la casa desierta y constaté que había sido una<br />

de las asignadas por el gobierno a alojar a los invasores extranjeros<br />

llegados a Londres. Vi que sus instrumentos astronómicos<br />

eran usados de modos raros, que sus globos terráqueos estaban<br />

destrozados y que sus papeles, llenos de abstrusos cálculos, se<br />

esparcían rotos por todas partes. Los vecinos apenas supieron<br />

decirme nada, hasta que di con una pobre mujer que ejercía de<br />

enfermera en aquellos tiempos difíciles. <strong>El</strong>la me contó que toda<br />

la familia había muerto, excepto el propio Merrival, que había<br />

enloquecido. Eso fue lo que me dijo la mujer, aunque, al insistirle<br />

yo, me dio a entender que su locura no era más que el delirio<br />

causado por el exceso de dolor. <strong>El</strong> anciano que, ya con un pie en<br />

la tumba, prolongaba sus expectativas mediante millones de<br />

años calculados; aquel visionario que no había percibido los indicios<br />

de la hambruna en las formas escuálidas de su esposa e hijos,<br />

ni la peste en las visiones y los sonidos horribles que aparecían<br />

a su alrededor; aquel astrónomo, aparentemente muerto<br />

para la tierra, vivo sólo en el movimiento de las esferas, amaba<br />

a su familia con un afecto invisible pero intenso. A través de un<br />

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