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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 356<br />

Mary Shelley<br />

de Homero, hollaba nuestros corazones y ni un solo sonido nacía<br />

de sus pasos,<br />

y he aquí que se esparcen innumerables males entre los <strong>hombre</strong>s, y<br />

llenan la tierra y cubren el mar; noche y día abruman las enfermedades<br />

a los <strong>hombre</strong>s, trayéndoles en silencio todos los dolores porque<br />

el sabio Zeus les ha negado la voz.*<br />

En otro tiempo el <strong>hombre</strong> fue el favorito del Creador, como<br />

cantó el salmista real: «Lo has hecho poco menor que los ángeles<br />

y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las<br />

obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies».** En<br />

otro tiempo fue así. ¿Ahora es el <strong>hombre</strong> el señor de la creación?<br />

Miradlo. ¡Ja! ¡Yo en su lugar veo a la peste! <strong>El</strong>la ha adoptado su<br />

forma, se ha encarnado en él, se ha fundido con su ser y ciega sus<br />

ojos, que se alzan hacia el cielo. Tiéndete, ¡oh, <strong>hombre</strong>!, en la tierra<br />

cuajada de flores. Renuncia a reclamar tu herencia, pues todo<br />

lo que poseerás de ella será la diminuta celda que los muertos<br />

precisan.<br />

La peste es la compañera de la primavera, del sol y la abundancia.<br />

Nosotros ya no luchamos contra ella. Hemos olvidado qué hacíamos<br />

cuando ella no existía. Hemos olvidado los viejos navíos<br />

que surcaban las olas gigantescas de los océanos, entre el Índico y<br />

el Polo, en busca de superfluos artículos de lujo. Los <strong>hombre</strong>s se<br />

embarcaban en peligrosas travesías para apropiarse de los espléndidos<br />

caprichos de la tierra, de piedras preciosas y de oro. <strong>El</strong> esfuerzo<br />

humano se malgastaba, la vida humana no valía nada. Y<br />

ahora la vida es lo único que codiciamos: que este autómata de carne,<br />

con sus miembros y articulaciones en buen estado, pueda ejecutar<br />

sus funciones, que la morada de su alma sea capaz de contener<br />

a su habitante. Nuestras mentes, que antes viajaban lejos a<br />

través de incontables esferas y combinaciones infinitas, se recluían<br />

ahora tras los muros de la carne y aspiraban sólo a conservar su<br />

bienestar. Sin duda era bastante lo que nos habíamos degradado.<br />

* Los trabajos y los días, libro II, Hesíodo. (N. del T.)<br />

** Salmos, 8, 5-6. (N. del T.)<br />

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