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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 492<br />

Mary Shelley<br />

Pero cuando en el abismo gris del océano<br />

el rugido resuena<br />

y la espuma se eleva sobre el mar, y grandes olas rompen…<br />

Pero mis amigos declararon que aquellos versos eran un mal<br />

augurio. Y así, con buen ánimo, abandonamos las aguas poco<br />

profundas y, ya en alta mar, desplegamos e izamos las velas para<br />

impulsarnos con los vientos propicios. <strong>El</strong> aire risueño de la mañana<br />

las hinchaba mientras el sol bañaba tierra, cielo y mar; las<br />

plácidas olas se separaban al encuentro de la quilla y murmuraban<br />

su bienvenida. A medida que la tierra se alejaba, el mar azul,<br />

casi sin olas, hermano gemelo del Empíreo, facilitaba el gobierno<br />

de nuestra barca. Nuestras mentes, contagiadas de la tranquilidad<br />

balsámica del aire y las aguas, se imbuían de serenidad.<br />

Comparada con el océano impoluto, la tierra lúgubre parecía un<br />

sepulcro, sus altos acantilados e imponentes montañas monumentos,<br />

sus árboles los penachos de algún coche fúnebre, los<br />

arroyos y los ríos, portadores de las lágrimas vertidas por los<br />

muertos. Adiós a las ciudades desoladas, a los campos con su silvestre<br />

alternancia de maíz y malas hierbas, a las reliquias de nuestra<br />

especie extinguida, que no dejan de multiplicarse. Océano, a<br />

ti nos encomendamos. Aunque el patriarca antiguo flotara sobre<br />

el mundo anegado, permite que nos salvemos, ahora que nos entregamos<br />

a la inundación perenne.<br />

Adrian iba al timón. Yo me ocupaba de los aparejos. La brisa,<br />

de popa, hinchaba las velas y surcábamos veloces el mar sereno.<br />

A mediodía el viento encalmó. Su escaso fuelle nos permitía apenas<br />

mantener el rumbo. Como marineros perezosos, gozando del<br />

buen tiempo, sin importarnos el tiempo, conversábamos alegremente<br />

sobre nuestro trayecto costero que nos llevaba a Atenas.<br />

Estableceríamos nuestro hogar en una de las Cícladas, y allí, entre<br />

campos de mirtos, en una eterna primavera dulcificada por<br />

saludables brisas marinas, viviríamos muchos años en unión beatífica.<br />

¿Existía la muerte en el mundo?<br />

<strong>El</strong> sol alcanzó su cenit y descendió por el inmaculado suelo de<br />

los cielos. Tumbado en la barca, de cara al sol, creía ver en su blanco<br />

azulado unas franjas de mármol, tan leves, tan inmateriales, que<br />

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