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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 4<strong>59</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ta tal punto de valor, cuando no se apoyan en el testimonio de<br />

otros, que a mí mismo me costaba mantenerme al margen de la<br />

creencia en hechos sobrenaturales, a los que la mayor parte de<br />

nuestra gente concedía crédito instantáneo. Siendo un cuerdo entre<br />

un grupo de locos, apenas me atrevía a decir lo que pensaba:<br />

que el astro rey no había experimentado cambio alguno, que las<br />

sombras de la noche no adoptaban las formas del espanto y el terror;<br />

o que el viento, al soplar entre los árboles o al rodear algún<br />

edificio vacío, no llegaba preñado de lamentos desesperados. A<br />

veces las realidades asumían formas fantasmales y era imposible<br />

que la sangre no se nos helara cuando percibíamos con absoluta<br />

claridad una mezcla de lo que sabíamos que era cierto con la semejanza<br />

visionaria de todo lo que temíamos.<br />

Una vez, al anochecer, vimos a una figura toda vestida de<br />

blanco, de una estatura que parecía superior a la humana, haciendo<br />

reverencias en medio de la calzada, ahora alzando los brazos,<br />

ahora dando unos saltos asombrosos en el aire, y que después<br />

se ponía a dar vueltas sin parar, y luego se incorporaba del<br />

todo y gesticulaba con gran vehemencia. Nuestra tropa, siempre<br />

dispuesta a descubrir lo sobrenatural y a creer en ello, se detuvo<br />

a cierta distancia de aquel ser. Y a medida que oscurecía aquel<br />

espectro solitario se revestía de algo que incluso a los incrédulos<br />

nos causaba cierto temor. Aunque sus evoluciones no resultaban<br />

precisamente espirituales, parecían hallarse sin duda más allá de<br />

las facultades humanas. Entonces, de un gran salto, pasó por sobre<br />

un seto de considerable altura y un momento después se plantó<br />

frente a nosotros, en la calzada. Cuando yo me dirigí a él, el temor<br />

que inspiraba a los demás presentes se hizo manifiesto en la<br />

huida de algunos y en el hecho de que los demás se apretujaran<br />

los unos contra los otros. Sólo entonces se percató aquel gnomo<br />

de nuestra presencia. Se acercó y, al echarnos nosotros hacia<br />

atrás, nos dedicó una reverencia. Aquella visión resultaba absurda<br />

en exceso incluso para nuestro atemorizado grupo, y su muestra<br />

de educación fue recibida con una risotada general. Entonces,<br />

haciendo un <strong>último</strong> esfuerzo, dio otro salto y acto seguido se<br />

echó al suelo, volviéndose casi invisible en la penumbra del ocaso.<br />

Aquella circunstancia hizo enmudecer de miedo al grupo. Al<br />

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