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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 56<br />

Mary Shelley<br />

gran afecto. Él le devolvía aquella dulzura con la mayor de las gratitudes<br />

y la convertía en custodia del tesoro de sus esperanzas.<br />

Fue entonces cuando lord Raymond regresó de Grecia. No<br />

podían existir dos personas más distintas que Adrian y él. A pesar<br />

de todas las incongruencias de su carácter, Raymond era, enfáticamente,<br />

un <strong>hombre</strong> de mundo. Sus pasiones eran violentas, y<br />

como solían dominarlo, no siempre lograba ajustar su conducta<br />

al cauce de su propio interés, aunque justificarse a sí mismo era,<br />

en su caso, su objetivo primordial. Veía en la estructura social<br />

parte del mecanismo en que se apoyaba la red sobre la que transcurría<br />

su vida. La tierra se extendía como ancho camino tendido<br />

para él: el cielo era su palio.<br />

Adrian, por su parte, sentía que pertenecía a un gran todo. No<br />

sólo se sentía afín a la humanidad, sino a toda la naturaleza. Las<br />

montañas y el cielo eran sus amigos; los vientos y los vástagos de<br />

la tierra, sus compañeros de juegos; siendo apenas el foco de ese<br />

poderoso espejo, sentía que su vida se fundía con el universo de<br />

la existencia. Su alma era comprensión y se dedicaba a venerar la<br />

belleza y la excelencia. Adrian y Raymond entraron entonces en<br />

contacto y un espíritu de aversión mutua se alzó entre ellos.<br />

Adrian rechazaba las estrechas miras del político y Raymond<br />

sentía un profundo desprecio por las benévolas visiones del filántropo.<br />

Con la aparición de Raymond se formó la tormenta que arrasó<br />

de un solo golpe los jardines de las delicias y los senderos protegidos<br />

que a Adrian tanto le gustaban y que se había asegurado<br />

como refugio contra la derrota y la ofensa. Raymond, el salvador<br />

de Grecia, el soldado dotado de todas las gracias, que en sus maneras<br />

exhibía rasgos de todo lo que, característico de su clima natal,<br />

Evadne más apreciaba; Raymond obtuvo el amor de Evadne.<br />

Desbordada por sus nuevas sensaciones, no se detuvo a examinarlas<br />

ni a modelar su conducta con más sentimientos que los del<br />

más tirano de todos ellos, que súbitamente usurpó el imperio de<br />

su corazón. Sucumbió a su poder, y la consecuencia natural para<br />

una mente poco acostumbrada a esas emociones fue que las atenciones<br />

de Adrian empezaron a desagradarle. Se volvió caprichosa.<br />

La amabilidad que le había demostrado hasta entonces se tor-<br />

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