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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 215<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

la mala calidad de los alimentos, así como su escasez, producían<br />

un estado de sufrimiento agravado por el azote de la enfermedad.<br />

Además, los soldados de la guarnición se arrogaban el derecho a<br />

cualquier capricho, añadiendo el despilfarro y los desórdenes a<br />

los males inevitables del momento. Pero, a pesar de todo, la capitulación<br />

no llegaba.<br />

De pronto se produjo un cambio en la táctica bélica del enemigo.<br />

Los asaltos cesaron y pudimos proseguir con nuestros planes<br />

sin interrupción alguna, ni de día ni de noche. Más extraño<br />

aún resultaba que cuando nuestras tropas se aproximaban a la<br />

ciudad, hallaban las murallas desprotegidas, vacías, y constataban<br />

que los cañones no apuntaban contra los intrusos. Cuando<br />

Raymond tuvo noticia de tales circunstancias, ordenó que se realizaran<br />

observaciones minuciosas de lo que sucedía intramuros,<br />

y cuando los enviados regresaron, informando sólo del silencio<br />

prolongado y la desolación de la ciudad, ordenó que el ejército<br />

se congregara ante las puertas. Nadie apareció en las murallas.<br />

Los portales, aunque cerrados con rastrillos, no parecían custodiados.<br />

Más arriba, las numerosas cúpulas y las doradas lunas<br />

crecientes rasgaban el cielo. Los viejos muros, supervivientes de<br />

siglos, con torres coronadas de enredaderas y contrafuertes cubiertos<br />

de malas hierbas, se alzaban como peñascos en una tierra<br />

baldía. Del interior de la ciudad no llegaba grito alguno, ni nada<br />

más que el ladrido de algún perro, que rompía la quietud del mediodía.<br />

Incluso a nuestros soldados les asombraba tal quietud. La<br />

música de las bandas cesaba y el chasquido de las armas iba acallándose.<br />

Todos preguntaban en susurros a sus camaradas por el<br />

motivo de una paz tan repentina. Mientras, Raymond, desde un<br />

lugar elevado trataba, con su catalejo, de descubrir y observar la<br />

estrategia del enemigo. Sobre las terrazas de las casas no se divisaba<br />

a nadie; en las partes más altas de la ciudad no se distinguía<br />

una sola sombra que revelara la presencia de algún ser vivo. Ni<br />

los árboles se movían, y parecían imitar, burlones, la quietud de<br />

los edificios.<br />

Al fin se oyó el galopar de unos caballos. Se trataba de una<br />

tropa enviada por Karazza, el almirante, que traía despachos del<br />

general. <strong>El</strong> contenido de los documentos era de gran importancia.<br />

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