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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 485<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ojos tiernos veía los de la amada de mi corazón, mi Idris adorada<br />

y perdida, renacida en su rostro amable. Yo lo amaba hasta el dolor.<br />

Si lo estrechaba contra mi pecho me parecía sostener una parte<br />

real y viva de ella, de la mujer que se había refugiado en él durante<br />

largos años de jovial felicidad.<br />

Adrian y yo adquirimos el hábito de salir de expedición con<br />

nuestro bote todos los días, en busca de objetos. Durante aquellos<br />

desplazamientos Clara y Evelyn casi nunca nos acompañaban,<br />

pero nuestro regreso se saludaba siempre con gran alegría.<br />

Evelyn saqueaba lo que hubiéramos encontrado con impaciencia<br />

infantil y nosotros siempre llegábamos con algún regalo para<br />

nuestro amado compañero. También descubríamos paisajes nuevos,<br />

encantadores, o palacios magníficos a los que nos trasladábamos<br />

todos por la tarde. Nuestras excursiones en barca resultaban<br />

divinas; con el viento a favor surcábamos las olas, y si la<br />

conversación se interrumpía, acechada por oscuros pensamientos,<br />

yo sacaba mi clarinete y con sus ecos devolvía las mentes a su<br />

estado anterior. En aquellas ocasiones Clara regresaba a menudo<br />

a sus hábitos anteriores de extroversión y buen humor. Y aunque<br />

nuestros cuatro corazones eran los únicos que latían en el mundo,<br />

aquellos cuatro corazones eran felices.<br />

Un día, al regresar de la ciudad de Como con el bote cargado,<br />

esperábamos que, como siempre, Clara y Evelyn nos esperaran<br />

en el embarcadero, y nos sorprendió un poco hallarlo desierto.<br />

En un primer momento no pensé que nada malo hubiera sucedido<br />

y atribuí su ausencia a la casualidad. No así Adrian, que al<br />

punto fue presa del pánico y, tembloroso, me conminó con vehemencia<br />

a que atracara deprisa, y cuando se halló cerca de la arena<br />

dio un salto y estuvo a punto de caer al agua. Ascendió a toda<br />

prisa por la pendiente y recorrió a grandes zancadas la estrecha<br />

franja de jardín, único espacio llano entre el lago y la montaña.<br />

Yo lo seguí sin dilación. <strong>El</strong> jardín y el patio interior estaban vacíos,<br />

lo mismo que la casa, que inspeccionamos habitación por habitación.<br />

Adrian llamó a Clara en voz alta, y ya estaba a punto de enfilar<br />

un sendero cercano cuando la puerta de un pabellón de verano<br />

que se alzaba en un extremo del jardín se abrió y apareció<br />

Clara, que no se acercó a nosotros, sino que se apoyó contra una<br />

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