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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 185<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

En la batalla de Makri, éste había dirigido la carga de caballería<br />

y persiguió a los fugitivos hasta orillas del Hebrus. Tras el<br />

combate hallaron a su caballo favorito paciendo en la ribera del<br />

manso río. No se supo si había caído entre los soldados desconocidos.<br />

Pero no se encontraron ornamentos rotos ni arreos manchados<br />

que revelaran cuál había sido su suerte. Se sospechaba<br />

que los turcos, hallándose en posesión de tan ilustre cautivo, decidieron<br />

satisfacer su crueldad más que su avaricia, y temerosos<br />

de la intervención de Inglaterra, optaron por ocultar para siempre<br />

el asesinato a sangre fría del soldado más odiado y temido de<br />

los escuadrones enemigos.<br />

Raymond no fue olvidado en Inglaterra. Su abdicación del<br />

Protectorado había causado una consternación sin precedentes.<br />

Y cuando sus planes magníficos y bien ideados se contrastaron<br />

con la estrechez de miras de los políticos que le sucedieron, el periodo<br />

de su mandato empezó a recordarse con nostalgia. La constante<br />

mención de su nombre, unida a los testimonios honrosos<br />

que llenaban las gacetas griegas, mantenían despierto el interés<br />

que había despertado. Parecía el hijo predilecto de la fortuna, y<br />

su prematura pérdida eclipsó al mundo y dejó al resto de la humanidad<br />

huérfana de brillo. La gente se aferraba a la esperanza<br />

de que siguiera con vida. Se instó al representante consular en<br />

Constantinopla a realizar las averiguaciones pertinentes y, en caso<br />

de que pudiera verificarse que no había muerto, exigiera su liberación.<br />

Cabía esperar que sus esfuerzos dieran fruto y que,<br />

aunque prisionero, blanco de crueldad y odio, pudiera ser rescatado<br />

del peligro y devuelto a la felicidad, el poder y el honor que<br />

merecía.<br />

<strong>El</strong> efecto que causó la noticia en mi hermana fue asombroso.<br />

En ningún momento dio crédito a la historia de su muerte. Resolvió<br />

al instante trasladarse a Grecia. Tratamos de razonar con<br />

ella, de disuadirla, pero Perdita no consintió que ningún impedimento,<br />

ningún retraso, se interpusiera en su decisión. En honor a<br />

la verdad debe decirse que si los argumentos y las súplicas logran<br />

apartar a alguien de un propósito desesperado cuyos motivos y<br />

fin se basan exclusivamente en la intensidad de las emociones, entonces<br />

está bien que así sea, pues tal renuncia demuestra que ni el<br />

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