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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 190<br />

Mary Shelley<br />

co tan grande, algo que resultaba evidente incluso entre los flemáticos<br />

ingleses, con los que no trataba hacía tiempo. Los atenienses<br />

esperaban que su héroe regresara triunfante. Las mujeres<br />

habían enseñado a sus hijos a susurrar su nombre seguido de una<br />

expresión de agradecimiento. Su belleza viril, su valor, la devoción<br />

que había sentido siempre por su causa, lo hacían aparecer<br />

a sus ojos casi como una de las deidades antiguas de aquellas tierras,<br />

bajado de su Olimpo para defenderlos. Cuando se referían<br />

a su probable muerte y a su cautividad segura, lloraban a lágrima<br />

viva. Del mismo modo que las madres de Siria habían llorado a<br />

Adonis, las esposas y las madres de Grecia plañían a nuestro Raymond<br />

inglés. Atenas era una ciudad de lamentos.<br />

Todas aquellas muestras de desconsuelo llenaron a Perdita de<br />

espanto. Mientras se hallaba lejos de la realidad, sus expectativas,<br />

mezcla de optimismo y confusión, engendradas por el deseo,<br />

habían creado en su mente una imagen de cambio instantáneo<br />

que se produciría apenas pisara suelo griego. Imaginaba que Raymond<br />

ya habría sido liberado y que sus dulces atenciones borrarían<br />

incluso el recuerdo de su mala fortuna. Pero su destino seguía<br />

siendo incierto, y ella empezó a temer lo peor y a sentir que<br />

las esperanzas de su alma se habían vertido en un azar que podía<br />

revelarse adverso. La esposa y la encantadora hija de lord Raymond<br />

fueron desde el principio objeto de profundo interés en<br />

Atenas. Las puertas de su residencia eran constantemente asediadas,<br />

y desde ellas se murmuraban oraciones para el regreso del<br />

héroe. Todas aquellas circunstancias llenaban a Perdita de zozobra<br />

y temores.<br />

Yo, por mi parte, no cejaba en mi empeño. Transcurrido un<br />

tiempo abandoné Atenas y me uní al ejército, acampado en la localidad<br />

tracia de Kishan. Mediante sobornos, amenazas e intrigas,<br />

no tardé en descubrir que Raymond estaba vivo y que, como<br />

prisionero, sufría los rigores de un encierro severo y era sometido<br />

a toda clase de crueldades. A partir de ese momento pusimos en<br />

marcha todos los mecanismos de la política y el dinero para redimirlo<br />

de su infortunio.<br />

<strong>El</strong> carácter impaciente de mi hermana regresó a ella, crecido<br />

por el arrepentimiento, azuzado por la culpa. La perfección del<br />

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