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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 434<br />

Mary Shelley<br />

bición la que lo instigaba, y un deseo de mandar sobre los <strong>último</strong>s<br />

rezagados de la muerte. Sus planes le habían llevado incluso a calcular<br />

que si sobrevivían algunos individuos de los restos de la humanidad<br />

y surgía una nueva raza, él, agarrando con fuerza las<br />

riendas de la creencia, podría ser recordado por aquella humanidad<br />

posterior a la peste como un patriarca, un profeta, una deidad,<br />

lo que para quienes sobrevivieron al diluvio universal fue<br />

Júpiter el Conquistador, Serapis el Legislador y Vishnu el Preservador.<br />

Aquellas ideas lo volvían inflexible en su defensa y violento<br />

en su odio a cualquiera que pretendiera compartir con él su imperio<br />

usurpado.<br />

Es un hecho curioso pero incontestable que el filántropo que,<br />

ardiente en su deseo de obrar bien, paciente, razonable y gentil,<br />

se niega a recurrir a más argumentos que la verdad, influye menos<br />

en las mentes de los <strong>hombre</strong>s que el que, avaro y egoísta, no<br />

renuncia a adoptar ningún método, a despertar ninguna pasión<br />

ni a difundir ninguna falsedad, si ello supone el avance de su causa.<br />

Si eso había sido así desde tiempos inmemoriales, el contraste<br />

resultaba infinitamente mayor ahora que uno podía aprovecharse<br />

de los miedos terribles y las esperanzas de trascendencia, mientras<br />

que el otro albergaba pocas esperanzas de futuro y no podía<br />

influir en la imaginación de los demás para minimizar unos temores<br />

que ese uno era el primero en albergar. <strong>El</strong> predicador había<br />

persuadido a sus adeptos de que su inmunidad ante la epidemia,<br />

la salvación de sus hijos y el surgimiento de una nueva raza<br />

de <strong>hombre</strong>s a partir de su semilla dependían de su fe en él, de su<br />

sometimiento a él. Y ellos había asumido aquella creencia con<br />

gran avidez. Su credulidad, siempre creciente, los disponía incluso<br />

a convertir a otros a su misma fe.<br />

Cómo convencer a aquellas personas del fraude en que vivían<br />

era tema recurrente del pensamiento y las conversaciones de<br />

Adrian, que para la consecución de tal fin ideaba muchos planes.<br />

Pero la atención a sus propias tropas, para asegurarse su fidelidad<br />

y bienestar, consumía todo su tiempo. Además el predicador<br />

era un <strong>hombre</strong> tan cruel como cauto y prudente. Sus víctimas vivían<br />

sometidas a estrictas leyes y reglas, que o bien los mantenían<br />

prisioneros en las Tullerías, o bien los liberaban sólo en un pe-<br />

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