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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 221<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

gran conmoción. La llegada de varios integrantes de la flota cargados<br />

de historias maravillosas; las exageraciones vertidas sobre<br />

lo que ya se conocía; los relatos de antiguas profecías, cuentos temibles<br />

sobre regiones enteras engullidas aquel mismo año por la<br />

pestilencia, alarmaban y ocupaban a las tropas. Todo atisbo de<br />

disciplina había desaparecido. <strong>El</strong> ejército huía en desbandada y<br />

las personas, antes integradas en un gran todo que avanzaba al<br />

unísono, recobraban la individualidad que la naturaleza les había<br />

concedido y pensaban sólo en ellas mismas. Al principio escapaban<br />

solos o en parejas, a las que paulatinamente se sumaban<br />

otros hasta formar grupos más numerosos, batallones enteros<br />

que, sin que los oficiales trataran de impedirlo, buscaban el camino<br />

que conducía a Macedonia.<br />

Hacia medianoche regresé al palacio para reunirme con Raymond.<br />

Lo encontré solo y aparentemente compuesto, con esa<br />

compostura de quien trata de mantener unas mínimas pautas de<br />

conducta. Escuchó con calma las noticias sobre la disolución del<br />

ejército y me dijo:<br />

–Ya conoces, Verney, mi firme determinación de no abandonar<br />

este lugar hasta que, a la luz del día, Estambul se declare<br />

nuestra. Si los <strong>hombre</strong>s que van conmmigo no se atreven a acompañarme,<br />

encontraré a otros más valerosos. Ve tú antes de que<br />

amanezca, lleva estos despachos a Karazza y ruégale que me envíe<br />

a sus marinos y fuerza naval. Si logro que me secunde un solo<br />

regimiento, el resto seguirá. Haz que me envíe un regimiento. Espero<br />

tu regreso en el mediodía de mañana.<br />

No me parecía una buena idea, pero le aseguré mi celo y obediencia.<br />

Me retiré a descansar unas horas. Con las primeras luces<br />

del alba me vestí para partir a caballo. Aguardé unos instantes,<br />

deseoso de despedirme de Perdita, y desde mi ventana observé<br />

que el sol estaba a punto de salir. Surgía un esplendor dorado y la<br />

fatigada naturaleza despertaba para sufrir otro día de calor y sed.<br />

No había flores que, cargadas de rocío, alzaran los pétalos al encuentro<br />

de la mañana. La hierba seca se había agostado en las llanuras.<br />

En los ardientes campos del aire no volaban los pájaros, y<br />

sólo las cigarras, hijas del sol, entonaban su atronador sonsonete<br />

entre cipreses y olivos. Me fijé en que el caballo albardón de Ray-<br />

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