12.05.2013 Views

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 415<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

como algas muertas, y allí se partían en pedazos al estrellarse<br />

contra la orilla. Las olas morían contra el acantilado, que si en<br />

algún punto tenía alguna roca algo suelta, cedía, y los espectadores,<br />

aterrorizados, veían que porciones de tierra se desmoronaban<br />

y caían con gran estrépito al agua. Aquel espectáculo<br />

afectaba de modo distinto a la gente. La mayor parte lo atribuía<br />

al juicio de Dios, que trataba así de impedir o castigar nuestra<br />

emigración de la tierra que nos había visto nacer. Pero muchos se<br />

mostraban doblemente dispuestos a escapar de aquel confín del<br />

mundo que se había convertido en su cárcel y que parecía incapaz<br />

de resistir los ataques de unas olas gigantescas.<br />

Cuando nuestro grupo llegó a Dover, tras un día de viaje agotador,<br />

a todos nos hacía falta reposar y dormir. Pero la escena<br />

que tenía lugar a nuestro alrededor no tardó en disuadirnos de<br />

nuestro propósito. Junto con la mayor parte de nuestros compañeros,<br />

nos sentimos atraídos hacia el borde del acantilado para<br />

escuchar el rugido del mar y entregarnos a mil conjeturas. La<br />

niebla reducía nuestro horizonte a un cuarto de milla, aproximadamente,<br />

y aquel velo, frío y denso, envolvía cielo y tierra con<br />

idéntica penumbra. Lo que incrementaba nuestra inquietud era<br />

el hecho de que dos tercios del total de viajeros nos aguardaran<br />

ya en París, lo que, sumándose a los demás contratiempos, llenaba<br />

sin duda de temor a nuestra división, lo mismo que a nosotros,<br />

al ver que el mar indómito e implacable se extendía ante<br />

nosotros. Al fin, tras caminar de un lado a otro del acantilado<br />

durante horas, nos retiramos al castillo de Dover, bajo cuyo techo<br />

nos guarecíamos todos los que respirábamos aire inglés y<br />

buscábamos entregarnos a un sueño reparador de cuerpo y espíritu,<br />

de fuerzas y valor.<br />

A primera hora de la mañana del día siguiente Adrian me<br />

despertó con la buena noticia de que los vientos habían cambiado<br />

y ya no eran del suroeste, sino del noreste. <strong>El</strong> cielo, con el<br />

vendaval, había amanecido despejado de nubes, y la marea, en<br />

su receso, se había retirado por completo de la ciudad. Con<br />

todo, el cambio del viento había enfurecido más el mar, que no<br />

obstante había abandonado el tono oscuro y profundo de los<br />

<strong>último</strong>s días por un verde intenso y brillante. A pesar de que su<br />

415

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!