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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 412<br />

Mary Shelley<br />

Adrian. Pero Idris rechazó cortésmente su ofrecimiento, y así se<br />

separaron. La idea de que ya no volverían a verse regresó a la<br />

mente de la condesa y ya no volvió a abandonarla. Mil veces<br />

pensó en dar media vuelta y unirse a nosotros, pero el orgullo y<br />

la ira de las que era esclava se lo impedían. Altiva de corazón<br />

como era, de noche empapaba la almohada con su llanto y de día<br />

se veía poseía de una agitación nerviosa y creía presentir el temido<br />

suceso, temor al que no lograba poner freno. Me confesó que<br />

en esa época el odio que sentía por mí no conocía límites, pues<br />

me consideraba el único obstáculo para el logro de su mayor deseo:<br />

cuidar de su hija en sus <strong>último</strong>s momentos. Deseaba expresar<br />

sus temores a Adrian y buscar consuelo en su comprensión o<br />

valor en el rechazo de sus augurios.<br />

Tras su llegada a Dover pasearon juntos por la playa, y gradualmente,<br />

tanteando el terreno, guió la conversación hasta el<br />

punto deseado, momento en el que, cundo se disponía a comunicarle<br />

sus temores a Adrian, el mensajero que les llevaba mi carta<br />

informando de nuestro regreso temporal a Windsor se presentó<br />

ante ellos. <strong>El</strong> <strong>hombre</strong> realizó una somera descripción del estado<br />

en que nos había dejado y añadió que a pesar de la alegría y el coraje<br />

de lady Idris, temía que no llegara con vida a Windsor.<br />

–¡Cierto! –exclamó la condesa–. ¡Tus temores son fundados,<br />

está a punto de expirar!<br />

Mientras hablaba, mantenía los ojos fijos en el hueco de un<br />

acantilado que por su forma se asemejaba a una tumba, y en ese<br />

momento, según me contó ella misma, vio a Idris avanzar lentamente<br />

hacia la cueva. Se alejaba de ella, con la cabeza gacha y el<br />

mismo vestido blanco que solía llevar, aunque en este caso se tocaba<br />

la cabellera rubia con un velo que parecía de gasa y que la<br />

ocultaba como una neblina ligera y transparente. Parecía vencida,<br />

entregada dócilmente a un poder que la arrastraba. Y entraba<br />

en la caverna, sumisa, y se perdía en su oscuridad.<br />

–De haber sido yo dada a las visiones –prosiguió la venerable<br />

dama–, habría dudado de lo que veían mis ojos y habría condenado<br />

mi propia credulidad. Pero la realidad es el mundo en el que<br />

vivo, y no me cabe duda de que lo que vi poseía una existencia<br />

más allá de mí misma. Desde ese instante no hallé descanso. Me-<br />

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