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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 60<br />

Mary Shelley<br />

idea de introducirme en los círculos políticos y sociales de Inglaterra,<br />

de los que pronto habría de formar parte, me relató algunas<br />

anécdotas y me describió a muchos personajes. Su conversación,<br />

rica y entretenida, impregnaba mis sentidos de placer.<br />

Habría triunfado en todo, menos en una sola cosa: se refirió a<br />

Adrian con el tono de absoluto desprecio que los sabios mundanos<br />

vinculan siempre al entusiasmo. Percibía que el nubarrón se<br />

aproximaba y trataba de disiparlo. La fuerza de mis sentimientos<br />

no me permitía pasar a la ligera sobre aquel tema sagrado, de<br />

modo que le hablé con gran aplomo.<br />

–Permíteme declarar que me siento devotamente unido al conde<br />

de Windsor, que es mi mejor amigo y benefactor. Reverencio<br />

su bondad, coincido con sus opiniones y lamento amargamente<br />

su actual, y espero que pasajera, enfermedad. Lo peculiar de su<br />

dolencia hace que me resulte especialmente doloroso oír que se<br />

habla de él en términos que no son los del respeto y el afecto.<br />

Raymond respondió, aunque en su respuesta no había nada<br />

conciliatorio. Comprendí que, en su corazón, despreciaba a quienes<br />

se entregaban a otros ídolos que los mundanos.<br />

–Todo <strong>hombre</strong> –dijo– sueña con algo, con amor, honor y placer;<br />

tú sueñas con la amistad y te entregas a un loco; muy bien, si<br />

esa es tu vocación, sin duda estás en tu derecho de seguirla... –su<br />

pensamiento pareció azuzarlo, y el espasmo de dolor que por un<br />

momento atormentó su semblante, sirvió de freno a mi indignación–.<br />

¡Felices los soñadores! –prosiguió–. ¡Que nadie los despierte!<br />

¡Ojalá pudiera soñar yo! Pero el largo y luminoso día es el<br />

elemento en el que habito; el deslumbrante brillo de la realidad<br />

invierte, en mi caso, la escena. Incluso el fantasma de la amistad<br />

me ha abandonado, y el amor... –se le quebró la voz. Yo no sabía<br />

si el desdén que curvaba sus labios lo motivaba la pasión que sentía<br />

o si iba dirigido contra sí mismo, por ser su esclavo.<br />

La narración de este encuentro puede tomarse como muestra<br />

de mi relación con lord Raymond. Nos hicimos íntimos, y los días<br />

que pasábamos juntos me permitían admirar más y más sus poderosos<br />

y versátiles talentos, que junto con su elocuencia, ingeniosa<br />

y sutil, y su fortuna, ahora inmensa, lo convertían en un ser más<br />

temido, amado y odiado que cualquier otro en suelo inglés.<br />

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