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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 269<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

tre sus gritos agudos llegó a mí una música animada. Era el cumpleaños<br />

de Alfred. Los jóvenes, sus compañeros de Eton y los hijos<br />

de los nobles de las inmediaciones, habían organizado un simulacro<br />

de feria al que habían invitado a toda la vecindad, y el<br />

parque se veía salpicado de tenderetes de colores vivos flanqueados<br />

por banderas estrambóticas que ondeaban al sol y aportaban<br />

su nota festiva a la escena. Sobre una tarima instalada bajo la terraza<br />

bailaban algunos jóvenes. Me apoyé en un árbol y me dediqué<br />

a observarlos. La orquesta tocaba la animada aria orientalizante<br />

de Abon Hassan, de Weber. Sus volátiles notas daban alas<br />

a los pies de los danzantes, y quienes los observaban marcaban el<br />

ritmo sin percatarse de ello. En un primer momento me dejé<br />

arrastrar por la alegría y durante unos instantes mis ojos recorrieron<br />

la maraña de cuerpos en movimiento. Entonces una idea<br />

se clavó en mi corazón como el acero: «todos vais a morir –pensé–.<br />

Ya cavan vuestra tumba alrededor de vosotros. Por el momento,<br />

como contáis con los dones de la agilidad y la fuerza, imagináis<br />

que estáis vivos. Pero frágil es la «enramada de carne»*<br />

que aprisiona la vida; quebradiza la cadena de plata** que os une<br />

a ella. <strong>El</strong> alma feliz, que va de placer en placer montada en el<br />

agraciado mecanismo de unos miembros bien formados, sentirá<br />

de pronto que el eje cede, que la rueda y el muelle se disuelven en<br />

el polvo. Ni uno solo de vosotros –¡oh, desdichado grupo!– escapará.<br />

Ni uno solo. ¡Ni mi Idris ni sus hijos! ¡Horror y desgracia!<br />

La alegre danza concluyó de pronto, el prado verde quedó cubierto<br />

de cadáveres y el aire azul se impregnó de vapores fétidos<br />

y letales. ¡Resonad, clarines! ¡Atronad, agudas trompetas! Sumad<br />

un canto fúnebre a otro, tocad acordes lúgubres, que el aire reverbere<br />

con hórridos lamentos, que en las alas del viento viajen<br />

los aullidos discordantes. Ya me parece oírlos, mientras los ángeles<br />

de la guarda, que velan por la humanidad, se retiran veloces<br />

una vez cumplida su misión, su partida anunciada por sonidos<br />

melancólicos. Unos rostros llorosos más allá del decoro me obli-<br />

* Vagamente inspirado en Romeo y Julieta, acto III, escena II, William Shakespeare.<br />

(N. del T.)<br />

** Eclesiastés, 12:6. (N. del T.)<br />

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