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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 364<br />

Mary Shelley<br />

con sus bebidas. <strong>El</strong> gozo llena de rosas los camastros más duros<br />

y hace livianos los trabajos.<br />

La pena, en cambio, duplica la carga de las espaldas encorvadas,<br />

hunde espinas en los cojines más duros, sumerge hiel en el<br />

agua, añade sal al pan amargo viste a los <strong>hombre</strong>s con harapos<br />

y arroja cenizas calientes sobre sus cabezas desnudas. En nuestra<br />

situación desesperada, cualquier inconveniente menor nos abordaba<br />

con fuerza redoblada. Habíamos reforzado nuestros cuerpos<br />

para resistir el peso titánico puesto sobre nosotros, pero nos<br />

hundíamos si nos arrojaban una pluma ligera, y «la langosta era<br />

una carga».* Muchos de los supervivientes habían sido criados<br />

en el lujo y ahora carecían de criados, y sus poderes de mando se<br />

habían desvanecido como sombras ficticias. Los pobres sufrían<br />

aún más privaciones, y la idea de otro invierno como el anterior<br />

nos causaba pavor. ¿No bastaba con que tuviéramos que morir,<br />

había que añadir sufrimiento a nuestra muerte? ¿Debíamos preparar<br />

nuestro alimento fúnebre con esfuerzo, y con indigna monotonía<br />

arrojar combustible sobre nuestros hogares abandonados?<br />

¿Debíamos, con manos serviles, fabricar los ornamentos<br />

que no tardarían en adornar nuestros sudarios?<br />

¡No! Si hemos de morir, permítasenos entonces disfrutar al<br />

máximo de lo que quede de nuestras vidas. ¡Aléjate, preocupación<br />

sórdida! Los trabajos domésticos, dolores leves en sí mismos,<br />

aunque gigantescos para nuestras fuerzas vencidas, no formarán<br />

parte de nuestras efímeras existencias. En el principio de<br />

los tiempos, cuando, como ahora, los <strong>hombre</strong>s vivían en familias,<br />

y no en tribus o naciones, habitaban en climas propicios, donde<br />

no era menester arar la tierra para que ésta diera frutos, y el aire<br />

balsámico envolvía sus miembros reposados con un calor más<br />

placentero que el de los lechos de plumas. En el sur se encuentra<br />

la tierra natal de la raza humana, la tierra de los frutos, más generosa<br />

con el <strong>hombre</strong> que la más parca Ceres del norte; la tierra<br />

de árboles cuyas ramas son como tejados palaciegos, de lechos de<br />

rosas y de la viña que la sed aplaca. Allí no hay que temer el frío<br />

ni el hambre.<br />

* Eclesiastés, 12.5. (N. del T.)<br />

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