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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 420<br />

Mary Shelley<br />

meses. Habían viajado en dos grupos segregados, y a su llegada a<br />

París habían surgido diferencias.<br />

Los emigrantes encontraron desierta la capital de Francia. Al<br />

principio, cuando se declaró la peste, el regreso de viajeros y mercaderes<br />

y las comunicaciones por carta nos mantenían informados<br />

de los estragos que la enfermedad causaba en el continente.<br />

Pero con el incremento de la mortalidad, el intercambio de noticias<br />

declinó hasta desaparecer. Incluso en territorio inglés, la correspondencia<br />

entre las diversas partes del país resultaba lenta y<br />

escasa. Ningún barco recorría el canal que separaba Dover de<br />

Calais, y si algún viajero melancólico, deseoso de saber si sus familiares<br />

seguían con vida o habían muerto, se aventuraba y zarpaba<br />

de la costa francesa para regresar a su país, era frecuente<br />

que mar hambriento se tragara su pequeño bote, o que tras un<br />

día o dos sintiera los efectos de la infección y muriera sin tiempo<br />

para relatar la desolación que se vivía en Francia. Así, vivíamos<br />

hasta cierto punto ignorantes del estado de las cosas en el continente<br />

y no desesperábamos por completo de hallar a numerosos<br />

compañeros en su vasto espacio. Pero las mismas causas que habían<br />

diezmado tan pavorosamente la nación inglesa se habían ensañado<br />

con mayor ahínco en la tierra hermana. Francia estaba<br />

arrasada. En la larga calzada que unía Calais con París no habían<br />

encontrado a un solo ser humano. En París sí había algunos, tal<br />

vez un centenar que, resignados a su inminente destino, vagaban<br />

por las calles de la capital y se reunían a conversar sobre los viejos<br />

tiempos con esa vivacidad e incluso alegría que raramente<br />

abandona a los individuos de ese país.<br />

Los ingleses habían tomado posesión de París sin la menor resistencia.<br />

Sus altos edificios y sus calles estrechas estaban muertos.<br />

Algunas figuras pálidas aparecían en la zona de las Tullerías,<br />

y se preguntaban por qué los isleños se dirigían a su ciudad<br />

condenada, pues en los excesos de la desgracia, quienes la sufren<br />

siempre imaginan que la parte de la calamidad que les ha tocado<br />

es la peor, como cuando alguien siente un dolor intenso en una<br />

zona del cuerpo, y preferiría cambiar su tortura particular por<br />

cualquier otra que afectara a otra zona. Así, los franceses escuchaban<br />

la explicación de los emigrantes –que les hablaban de sus<br />

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