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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 4<strong>07</strong><br />

Capítulo IV<br />

Nuestro escolta se había adelantado para completar los preparativos<br />

que nos permitirían pasar la noche en la posada que había<br />

junto a la pendiente del castillo. No visitaríamos, siquiera brevemente,<br />

los salones familiares y las estancias de nuestro hogar. Habíamos<br />

abandonado para siempre los claros de Windsor y todos<br />

los arbustos, los setos floridos y los arroyos cantarines que modelaban<br />

y fortalecían el amor que sentíamos por nuestro país, así<br />

como el afecto casi supersticioso que profesábamos a nuestra Inglaterra<br />

natal. Nuestra intención era, originalmente, dormir en la<br />

posada de Lucy, en Datchet, y tranquilizarla con promesas de ayuda<br />

y protección antes de retirarnos a nuestros aposentos a pasar la<br />

noche. Pero ahora, al abandonar la condesa y yo la pronunciada<br />

pendiente del castillo, vimos a los niños, que acababan de detener<br />

su caravana y se hallaban junto a la puerta de la posada. Habían<br />

pasado por Datchet sin detenerse. Yo temía el momento de encontrarme<br />

con ellos y tener que relatarles mi trágica historia, de<br />

modo que, al verlos ocupados en las operaciones de la llegada, los<br />

abandoné apresuradamente y, abriéndome paso entre la nieve y el<br />

cortante aire iluminado por la luna, avancé todo lo deprisa que<br />

pude por el camino de Datchet, que tan familiar me resultaba.<br />

En efecto, todas las casas se alzaban en su lugar acostumbrado,<br />

todos los árboles mantenían el aspecto de siempre. La costumbre<br />

había grabado en mi memoria todos los recodos y los objetos<br />

del trayecto. A poca distancia, más allá del Pequeño Parque,<br />

se erguía un olmo casi abatido por una tormenta hacía unos diez<br />

años. Y sin embargo, con sus ramas cargadas de nieve se extendía<br />

sobre todo el sendero, que serpenteaba a través de un prado,<br />

junto a un arroyo poco profundo que la escarcha amordazaba.<br />

Aquella linde, aquella verja blanca, aquel roble hueco, que sin<br />

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