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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 43<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

principio. Con todo, su madre no desesperaba. Al ansia de poder<br />

y al altivo orgullo de cuna añadía perseverancia en la ambición,<br />

paciencia y autocontrol. Se entregó al estudio de la naturaleza de<br />

su hijo. Mediante la aplicación del elogio, la censura y la exhortación,<br />

trataba de hallar y pulsar las cuerdas adecuadas; y aunque<br />

la melodía que obtenía le parecía discordante, construía sus esperanzas<br />

sobre la base de los talentos de su hijo y se mostraba convencida<br />

de que al fin lograría sus propósitos. <strong>El</strong> ostracismo que<br />

ahora experimentaba él nacía de otras causas.<br />

La reina tenía también una hija, de doce años de edad. Su hermana<br />

hada, como a Adrian le gustaba llamarla, era una criatura<br />

encantadora, animada y diminuta, toda sensibilidad y verdad.<br />

Con sus dos hijos, la noble viuda residía en Windsor y no recibía<br />

visitas, salvo las de sus propios partidarios, viajeros llegados de<br />

su Alemania natal y algunos ministros extranjeros. Entre ellos, y<br />

altamente distinguido por ella, se encontraba el príncipe Zaimi,<br />

embajador en Inglaterra de los Estados Libres de Grecia. Su hija,<br />

la joven princesa Evadne, pasaba largas temporadas en el castillo<br />

de Windsor. En compañía de aquella vivaz e inteligente muchacha<br />

griega, la condesa se relajaba y abandonaba su tensión habitual.<br />

La visión que tenía de sus propios hijos la llevaba a controlar<br />

todas sus palabras y las acciones relativas a ellos, pero Evadne<br />

era un juguete al que no temía en modo alguno, y los talentos y<br />

alegría de la niña constituían no poco alivio en la monótona vida<br />

de la condesa.<br />

Evadne tenía dieciocho años. Aunque pasaban mucho tiempo<br />

juntos en Windsor, la extrema juventud de Adrian impedía cualquier<br />

sospecha sobre la naturaleza de su relación. Pero él mostraba<br />

una pasión y una ternura de corazón que excedían en mucho<br />

las comunes del <strong>hombre</strong>, y ya había aprendido a amar. La hermosa<br />

griega, por su parte, dedicaba al muchacho sonrisas bondadosas.<br />

A mí, que aunque mayor que Adrian jamás había amado,<br />

me resultaba extraño presenciar el sacrificio del corazón de<br />

mi amigo. No había celos, inquietud ni desconfianza en sus sentimientos.<br />

Era todo devoción y fe. Su vida se consumía en la existencia<br />

de su amada y su corazón sólo palpitaba al unísono con los<br />

latidos que vivificaban el corazón de ella. Aquella era la ley se-<br />

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