12.05.2013 Views

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 518<br />

Mary Shelley<br />

que desde esa edad había vivido rodeado de lujos, o al menos de<br />

las comodidades que la civilización permitía. Pero antes de eso<br />

había sido «tan indómito y salvaje como aquel fundador de Roma<br />

alimentado por una loba»,* y ahora, hallándome en Roma,<br />

mis tendencias de ladrón y pastor, semejantes, por cierto, a las de<br />

su fundador, resultaban una ventaja para su único habitante. Pasaba<br />

la mañana cabalgando y cazando en la Campania y dedicaba<br />

largas horas a visitar las diversas galerías. Admiraba todas las<br />

estatuas y me perdía en ensoñaciones ante muchas madonas bellas<br />

como ninfas. Recorría el Vaticano y me veía rodeado de figuras<br />

de mármol de belleza divina. Las deidades de piedra se revestían<br />

de una dicha sagrada, del goce eterno del amor. Me<br />

observaban con complacencia fría, y yo a menudo, con voz áspera,<br />

les reprochaba su indiferencia suprema, pues eran formas humanas<br />

y la divinidad de sus formas humanas se manifestaba en<br />

los miembros perfectos, en los rostros. La perfección de los perfiles<br />

traía consigo la idea del color y el movimiento. A menudo, en<br />

parte por burlarme amargamente y en parte por engañarme a mí<br />

mismo, acariciaba sus proporciones gélidas y, colocándome entre<br />

los labios de Cupido y Psique, presionaba su estéril mármol.<br />

Trataba de leer y visitaba las bibliotecas de Roma. Escogía un<br />

volumen y, tras encontrar algún rincón apartado y umbrío a la<br />

orilla del Tíber o frente a un hermoso templo, en los Jardines de<br />

Vila Borghese o bajo la antigua pirámide de Cestio, intentaba alejarme<br />

de mí mismo y sumergirme en el tema tratado en las páginas<br />

que tenía delante. Como cuando en un mismo suelo se planta<br />

belladona y mirto y ambas plantas se apropian del terreno, la<br />

humedad y el aire disponibles para desarrollar sus diversas propiedades,<br />

así también mi dolor hallaba el sustento, la fuerza para<br />

existir y el crecimiento, en lo que había sido maná divino, y con<br />

él alimentaba meditaciones radiantes. ¡Ah! Ahora que mancho<br />

este papel con el relato de lo que eran mis por mí llamadas ocupaciones<br />

–mientras recreo el esqueleto de mis días–, me tiemblan<br />

las manos, jadea mi corazón y mi cerebro se niega a dar con la expresión,<br />

la frase o la idea que permitan imaginar el velo de triste-<br />

* Referencia a una afirmación que el narrador expresa en el capítulo I. (N. del T.)<br />

518

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!