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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 35<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

de un árbol, resuelto a defenderme hasta el final. Llevaba las ropas<br />

hechas jirones y, lo mismo que las manos, manchadas de la<br />

sangre del <strong>hombre</strong> al que había herido. Con la izquierda sostenía<br />

las aves que había abatido –mis presas con tanto esfuerzo obtenidas–<br />

y con la derecha el cuchillo. Llevaba el pelo enmarañado y<br />

a mi rostro asomaba la expresión de una culpa que también goteaba,<br />

acusadora, desde el filo del arma a la que seguía aferrado;<br />

mi apariencia toda era desmañada y escuálida. Alto y fornido<br />

como era, debía parecerles –y no se equivocaban– el mayor rufián<br />

que hubiera hollado la tierra.<br />

La mención al conde me sobresaltó, y toda la sangre indignada<br />

que encendía mi corazón fue a agolparse en mis mejillas. Era<br />

la primera vez que lo veía y supuse que se trataría de un joven altivo<br />

e inflexible que, si se dignaba dirigirme la palabra, zanjaría<br />

la cuestión con la arrogancia de la superioridad. Yo ya tenía lista<br />

la respuesta: un reproche que, según creía, se le clavaría en el corazón.<br />

Pero entonces se acercó a nosotros y su aspecto desterró al<br />

instante, como un soplo de brisa de poniente, mi sombría ira:<br />

ante mí se hallaba un muchacho alto, delgado, de tez muy blanca,<br />

que en sus rasgos expresaba un exceso de sensibilidad y refinamiento.<br />

Los rayos matutinos del sol teñían de oro sus sedosos<br />

cabellos, esparciendo luz y gloria sobre su rostro resplandeciente.<br />

–¿Qué es esto? –gritó. Los <strong>hombre</strong>s se aprestaron a iniciar sus<br />

defensas, pero él los apartó–. Dos a la vez contra un muchacho.<br />

¡Qué vergüenza! –Se acercó a mí–. Verney –gritó–. Lionel Verney.<br />

¿Es ésta la primera vez que nos vemos? Nacimos para ser amigos,<br />

y aunque la mala fortuna nos ha separado, ¿no reconoces el vínculo<br />

hereditario de amistad que confío en que, de ahora en adelante,<br />

nos lleve a unirnos?<br />

A medida que hablaba, con sus ojos sinceros fijos en mí, parecía<br />

leerme el alma; mi corazón, mi corazón salvaje y sediento de<br />

venganza, sintió que el manto de una calma dulce se posaba sobre<br />

él. Mientras, su voz apasionada, como la más dulce de las melodías,<br />

despertaba un eco mudo en mi interior y confinaba a las<br />

profundidades toda la sangre de mi cuerpo. Hubiera querido responderle,<br />

reconocer su bondad, aceptar la amistad que me proponía;<br />

pero el rudo montañés carecía de palabras a la altura de<br />

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