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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 499<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

secas de maíz, constituían el lecho que se me ofrecía. Y un cajón<br />

abierto en el que se conservaban unas pocas galletas mohosas me<br />

despertó el apetito, que tal vez ya tuviera antes, pero del que, hasta<br />

ese momento, no había sido consciente. También me atormentaba<br />

la sed, violenta, seca, consecuencia de toda el agua de mar<br />

que había tragado y de mi cansancio. La naturaleza, amable, había<br />

dispuesto que la satisfacción de aquellas necesidades causara<br />

placer, de modo que incluso yo me sentí refrescado y saciado al<br />

comer aquel triste alimento y al beber algo del vino agrio que llenaba<br />

una botella olvidada en aquel lugar abandonado. Luego me<br />

tendí sobre el camastro, cómodo para alguien que acababa de sobrevivir<br />

a un naufragio. <strong>El</strong> intenso aroma a tierra y hojas secas<br />

fue como un bálsamo para mis sentidos tras el hedor de las algas.<br />

Olvidé mi soledad. No miraba hacia atrás ni hacia delante; el<br />

cansancio entumecía mis sentidos. Me dormí y soñé con hermosos<br />

paisajes de interior, con segadores, con un pastor que silbaba<br />

a su perro para pedirle ayuda, pues debía meter el rebaño en el<br />

corral; soñé con imágenes y sonidos característicos de la vida<br />

montañesa de mi infancia que creía olvidados.<br />

Desperté sumido en un dolor agónico, pues imaginaba que el<br />

océano, desatado, arrastraba en su avance los continentes fijos,<br />

las montañas ancladas, y que junto con ellos se llevaba los arroyos<br />

que amaba, los bosques y los rebaños. Rugía colérico con el<br />

estruendo continuo que había acompañado al <strong>último</strong> naufragio<br />

de la humanidad. Gradualmente recobré los sentidos. Las paredes<br />

se alzaban a mi alrededor y la lluvia golpeaba el ventanuco.<br />

Qué lúgubre resulta emerger del olvido del sueño y recibir por<br />

todo saludo el lamento mudo del propio corazón desolado, regresar<br />

de la tierra de los sueños engañosos y llegar al conocimiento<br />

indudable de un desastre inalterado. Así me sucedía a mí<br />

en ese instante y así me sucedería siempre. Tal vez la punzada de<br />

otros pesares se limara con el tiempo y tal vez incluso los míos remitieran<br />

durante el día, ante algún placer inspirado por la imaginación<br />

o los sentidos. Pero ya nunca contemplaría la primera luz<br />

del día sin llevarme la mano a un corazón desbocado, a un alma<br />

anegada por la marea incesante de la desgracia y la desesperación.<br />

Ahora despertaba por vez primera al mundo muerto –des-<br />

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