12.05.2013 Views

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 169<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

atendería a sus razones. ¡Vana esperanza! Los tiempos de su influencia<br />

habían quedado atrás. La escuchó con altivez, le replicó<br />

desdeñoso y, si en algo logró despertar su conciencia, fue precisamente<br />

para empujarlo más aún al desorden con que trataba de olvidar<br />

los zarpazos del remordimiento. Con su determinación natural,<br />

Perdita trató entonces de suplantar su puesto. Su unión<br />

aparente había de permitirle hacer mucho. Pero a fin de cuentas<br />

ninguna mujer podía aportar el remedio a la creciente negligencia<br />

del Protector, un protector que, al parecer sumido en un paroxismo<br />

de demencia, despreciaba toda ceremonia, todo orden, todo<br />

deber, y se entregaba a la vida licenciosa.<br />

Noticias de aquel proceder extraño llegaron a nuestros oídos,<br />

y dudábamos sobre qué método adoptar para devolver a nuestro<br />

amigo a sí mismo y al país cuando Perdita vino a vernos. Nos detalló<br />

el deterioro de su conducta y nos suplicó a Adrian y a mí<br />

que nos trasladáramos a Londres y tratáramos de poner remedio<br />

al creciente mal.<br />

–Decidle –nos rogó– decidle a lord Raymond que mi presencia<br />

no le molestará más. Que no debe entregarse más a esa disipación<br />

destructiva para causarme disgusto y conseguir que lo abandone.<br />

Ha logrado su propósito: no volverá a verme más. Pero dejadme,<br />

es lo <strong>último</strong> que os pido, dejadme que busque justificar la decisión<br />

que tomé en mi juventud en las alabanzas de sus conciudadanos<br />

y en la prosperidad de Inglaterra.<br />

Mientras nos dirigíamos a la ciudad, Adrian y yo conversamos<br />

y discutimos sobre la conducta de Raymond, sobre su abandono<br />

de las esperanzas de excelencia permanente que había mantenido,<br />

y que nos había llevado a compartir. Mi amigo y yo nos<br />

habíamos educado en la misma escuela o, mejor dicho, yo había<br />

sido alumno suyo en la opinión de que la adhesión inquebrantable<br />

a los principios era el único camino hacia el honor; que una<br />

estricta observancia de las leyes de utilidad general constituía la<br />

única meta razonada de la ambición humana. Pero aunque los<br />

dos compartíamos esas ideas, diferíamos en su aplicación. <strong>El</strong> resentimiento<br />

se añadía, en mi caso, a mi censura, y reprobaba la<br />

conducta de Raymond en términos severos. Adrian se mostraba<br />

más benévolo, más considerado. Admitía que los principios que<br />

169

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!