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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 451<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

con el aumento de las muertes el secreto se divulgó, y a la destrucción<br />

ya perpetrada vinieron a sumarse los temores de los<br />

supervivientes. Algunos emisarios de los enemigos de la humanidad,<br />

los malditos impostores, se hallaban entre ellos y se dedicaban<br />

a propagar su doctrina, según la cual la seguridad y la vida<br />

sólo podían garantizarse mediante la sumisión a su jefe. Su éxito<br />

fue tal que, al poco, en lugar de desear seguir viaje hasta Suiza, la<br />

mayor parte de la multitud, mujeres débiles y <strong>hombre</strong>s cobardes,<br />

querían regresar a París para, tras ponerse bajo la bandera del llamado<br />

profeta y mediante el culto cobarde del principio del mal,<br />

obtener, como esperaban, el salvoconducto que los librara de la<br />

muerte. La discordia y los tumultos causados por esos temores y<br />

pasiones conflictivas paralizaban a Adrian, que debió hacer acopio<br />

de todo su ardor en la persecución de su meta, y de toda su<br />

paciencia ante las dificultades, para calmar y animar a un número<br />

de seguidores que sirviera de contrapeso al resto y lo llevara de<br />

vuelta a los únicos medios de los que podía extraerse cierta seguridad.<br />

Su primera intención había sido seguir tras de mí inmediatamente,<br />

pero al verse derrotado en sus pretensiones, envió al<br />

mensajero para instarme a garantizar la seguridad de mi propia<br />

tropa, pues hallándonos nosotros lejos de Versalles, el riesgo de<br />

que se contagiara del espíritu de rebelión era menor. También me<br />

prometía unirse a mí en cuanto las circunstancias fueran favorables<br />

para apartar a la mayoría de los emigrantes de la influencia<br />

perniciosa bajo la que se hallaban en ese momento.<br />

Las noticias me causaron una dolorosa incertidumbre. Mi primer<br />

impulso fue ordenar el regreso a Versalles para ayudar a<br />

nuestro jefe a librarse de los peligros. Para ello reuní a mi tropa y<br />

le propuse que, en vez de proseguir viaje hasta Auxerre, emprendiéramos<br />

el retorno. Pero todos sin excepción se negaron a obedecerme.<br />

Entre ellos se había propagado el rumor de que eran los<br />

estragos de la peste los que retenían al Protector. A mi petición<br />

opusieron la orden dada por éste y decidieron que proseguirían<br />

sin mí, en caso de que yo me negara a acompañarlos. Las discusiones<br />

y las súplicas no servían de nada con aquellos cobardes. La<br />

constante mengua de su número, causada por la epidemia, les llevaba<br />

a mostarse reacios a cualquier demora, y mi oposición sólo<br />

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