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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 500<br />

Mary Shelley<br />

pertaba solo– y el lamento fúnebre del mar, oído entre la lluvia,<br />

me recordaba la ruina en que me había convertido. <strong>El</strong> sonido me<br />

llegaba como un reproche, como el aguijonazo de un remordimiento<br />

que se me clavara en el alma. Ahogué un grito. Las venas<br />

y los músculos de la garganta se me hincharon, asfixiándome. Me<br />

tapé los oídos con dos dedos y enterré la cabeza entre las hojas<br />

secas del camastro. Hubiera llegado al centro de la tierra para dejar<br />

de oír aquel lamento odioso.<br />

Pero debía entregarme a otra tarea. Volví a visitar la detestada<br />

playa, volví a otear en vano el horizonte, volví a gritar unos<br />

nombres a los que nadie respondió, con una voz que era la única<br />

que ya rasgaría el aire mudo con sílabas humanas.<br />

¡Qué ser desconsolado, infeliz y digno de compasión era yo!<br />

Mi aspecto y mi atuendo revelaban la historia de mi desolación.<br />

<strong>El</strong> pelo enredado y sucio, los miembros manchados de salitre.<br />

Cuando me arrojé al mar, durante el naufragio, me despojé de todas<br />

las ropas que me dificultaban el avance, y la lluvia empapaba<br />

las finas telas veraniegas que ahora me cubrían. Iba descalzo, los<br />

juncos y las conchas rotas se me clavaban en los pies mientras iba<br />

de un lado a otro, ahora acercándome a una roca lejana que, rodeada<br />

por la arena, adoptaba transitoriamente una apariencia<br />

engañosa, luego reprochando al mar asesino su crueldad ilimitada<br />

con los ojos encendidos.<br />

Durante un momento me comparé a ese monarca de la desolación,<br />

Robinson Crusoe. Los dos habíamos sido arrojados a la<br />

soledad; él en las costas de una isla desierta, yo en las de un mundo<br />

despoblado. Yo era rico en los llamados bienes de la vida. Si<br />

me alejaba de aquel escenario inmediato, más desértico, y dirigía<br />

mis pasos a cualquiera de las muchísimas ciudades que llenaban<br />

la tierra, podía apoderarme de sus riquezas, almacenadas para<br />

mi comodidad: ropas, alimentos, libros y moradas dignas de los<br />

príncipes de otros tiempos. Podía elegir el clima que mejor me<br />

conviniera, mientras que él se veía obligado a esforzarse para cubrir<br />

sus necesidades básicas y vivía en una isla tropical, contra cuyos<br />

calores y tormentas apenas lograba guarecerse. Viendo así las<br />

cosas, ¿quién no habría preferido los placeres sibaríticos que yo<br />

podía procurarme, la holganza filosófica, los amplios recursos in-<br />

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