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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 120<br />

Mary Shelley<br />

ra, que allí cabalgarían juntos, que allí se dedicaría a consolarlo.<br />

Y la imagen se formó ante ella con colores tan vivos que empezó<br />

a temer precisamente lo contrario, la vida de magnificencia y poder<br />

en Londres, donde Raymond ya no sería sólo suyo ni ella la<br />

única fuente de felicidad para él. Por lo que a ella respectaba, empezó<br />

a desear que su esposo saliera derrotado. Sólo teniéndolo en<br />

cuenta a él sus sentimientos vacilaron cuando oyó el galope de su<br />

caballo en el patio de la posada. Que acudiera a su encuentro a<br />

solas, empapado por la lluvia, pensando sólo en el modo de llegar<br />

antes, ¿qué podía significar sino que, derrotado y solitario,<br />

debía emprender la marcha de su Inglaterra natal, el escenario de<br />

su vergüenza, y ocultarse junto a ella entre los mirtos de las islas<br />

griegas?<br />

De pronto se hallaba en sus brazos. <strong>El</strong> conocimiento de su éxito<br />

había impregnado su ser hasta tal punto, que a Raymond no le<br />

pareció necesario transmitir la noticia a su amada. <strong>El</strong>la sólo sintió<br />

en su abrazo la seguridad de que, mientras él la poseyera, no<br />

desesperaría.<br />

–Qué bueno eres –exclamó ella–. Qué noble, mi amado. No<br />

temas la desgracia ni los reveses de la fortuna mientras estés con<br />

tu Perdita. No temas la tristeza mientras nuestra hija viva y sonría.<br />

Vayamos donde tú quieras. <strong>El</strong> amor que nos acompaña ahuyentará<br />

nuestros pesares.<br />

Rodeada por sus brazos habló de ese modo, y echó hacia atrás<br />

la cabeza en busca de un asentimiento a sus palabras en los ojos<br />

de su esposo. Y vio que éstos lanzaban destellos de alegría.<br />

–¿Cómo decís, pequeña Protectora? –preguntó él, burlón–.<br />

¿Qué es lo que habláis? ¿Qué oscuros planes de exilios y tinieblas<br />

has urdido, cuando una tela más brillante, tejida con hilos de oro,<br />

es la que, en verdad, deberías estar contemplando?<br />

Raymond le besó la frente, pero ella, lamentando a medias su<br />

triunfo, agitada por tantos cambios súbitos en su pensamiento,<br />

ocultó el rostro en su pecho y lloró. Él la consoló al momento, le<br />

transmitió sus propias esperanzas y deseos, y el rostro de Perdita<br />

no tardó en iluminarse. ¡Qué felices fueron esa noche! ¡Cómo rebosaba<br />

su alegría!<br />

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