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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 384<br />

Mary Shelley<br />

Me sentí cambiar. La cuerda firme que me oprimía con tanta<br />

dureza se aflojó apenas Idris participó de mi conocimiento de<br />

nuestra verdadera situación. Las ondas alteradas de mi mente se<br />

amansaron y quedó sólo la intensa corriente que seguía avanzando,<br />

suprimida ya toda manifestación de sus molestias, hasta<br />

que rompiera en la costa remota hacia la que me dirigía apresuradamente.<br />

–Es cierto que me encuentro enfermo –dije–, y que tu compañía<br />

es mi única medicina. Ven y siéntate a mi lado.<br />

<strong>El</strong>la me pidió que me tendiera en el sofá y, acercando a él una<br />

otomana baja, se sentó muy cerca de mi almohada. Tomó entre<br />

sus manos frías las mías, que ardían. Aplacó mi desasosiego febril<br />

y me dejó hablar, y me habló de asuntos extraños para dos seres<br />

que observaban y veían el fin de lo que habían amado en el mundo.<br />

Hablamos de épocas pasadas. Del feliz periodo de nuestro<br />

amor primero. De Raymond, Perdita y Evadne. Hablamos de lo<br />

que sería de aquella tierra desierta si, salvándose sólo dos o tres<br />

personas, llegaba a repoblarse lentamente. Hablamos de lo que<br />

había más allá de la tumba. Y como el ser humano, con su forma<br />

humana, se hallaba prácticamente extinguido, sentíamos con la<br />

certeza de la fe que otros espíritus, otras mentes, otros seres perceptivos,<br />

invisibles a nuestros ojos, deberían poblar con sus ideas<br />

y su amor este universo hermoso e imperecedero.<br />

Hablamos no sé cuánto tiempo, pero al alba desperté de un<br />

sueño doloroso y profundo. La mejilla pálida de Idris reposaba<br />

sobre mi almohada. Los párpados de sus grandes ojos estaban<br />

entreabiertos y mostraban a medias dos luceros de un azul intenso.<br />

Murmuraba con la boca abierta y su tono indicaba que incluso<br />

en sueños sufría. «Si estuviera muerta –pensé–, ¿qué diferencia<br />

habría?, ahora que la forma es el templo de una deidad<br />

residente; estos ojos son las ventanas de su alma; toda la gracia,<br />

el amor y la inteligencia se asientan en este pecho hermoso. Si estuviera<br />

muerta, ¿dónde se hallaría esa mente, la mitad más adorada<br />

de mi persona? Pues muy pronto las bellas proporciones de<br />

ese edificio quedarían más destruidas que las ruinas de los templos<br />

de Palmira, engullidas por el desierto.»<br />

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